Vivimos en una era en la que los ideales de los derechos humanos se han colocado en el centro de la escena tanto política como éticamente. Sin embargo, la mayoría de los conceptos que circulan no desafían fundamentalmente las lógicas de mercado liberales y neoliberales o los modos dominantes de legalidad y de acción estatal. En este ensayo, el derecho a la ciudad se explora como un derecho humano fundamental y común, que depende del poder colectivo para remodelar los procesos de urbanización.
Desde sus inicios, las ciudades han surgido mediante concentraciones geográficas y sociales de un producto excedente. La urbanización siempre ha sido, por lo tanto, un fenómeno de clase, ya que los excedentes son extraídos de algún sitio y de alguien, mientras que el control sobre su utilización habitualmente radica en pocas manos. Esta situación general persiste bajo el capitalismo, por supuesto; pero dado que la urbanización depende de la movilización del producto excedente, surge una conexión íntima entre el desarrollo del capitalismo y la urbanización.
Revoluciones Urbanas
Consideremos, en primer lugar, el caso del París del Segundo Imperio. El año de 1848 trajo consigo una de las primeras innegables crisis de capital excedente y de fuerza de trabajo ociosa a escala europea, que golpeó a París de modo especialmente duro, dando lugar a una revolución abortada protagonizada por los trabajadores desempleados y por aquellos utópicos burgueses que consideraban la república social como el antídoto a la avaricia y la desigualdad que habían caracterizado a la Monarquía de Julio. La burguesía republicana reprimió violentamente a los revolucionarios, pero no logró resolver la crisis, que se zanjó con el ascenso al poder de Luis Napoleón Bonaparte, quien organizó un golpe de Estado en 1851 proclamándose emperador el año siguiente.
Para sobrevivir políticamente, recurrió a una amplia represión de los movimientos políticos alternativos, mientras que se enfrentó a la situación económica mediante un vasto programa de inversión en infraestructuras tanto en el interior de Francia como en el exterior, en donde acometió la construcción de ferrocarriles en toda Europa y en Oriente, apoyando grandes obras como el Canal de Suez. En el interior, Luis Napoleón consolidó la red de ferrocarriles, construyó puertos y dársenas, y desecó zonas pantanosas, pero sobre todo acometió la reconfiguración de la infraestructura urbana de París, encargando a Georges Eugène Haussmann las obras públicas de la ciudad en 1853.
Rodear el Globo
Demos otro salto hasta la coyuntura actual. El capitalismo internacional ha conocido una rápida serie de crisis y debacles –Asia oriental y sudoriental en 1997-1998; Rusia en 1998; Argentina en 2001–, pero hasta tiempos recientes había evitado una crisis global, aun teniendo en cuenta la inestabilidad crónica para disponer del excedente de capital. ¿Cuál fue el papel de la urbanización para estabilizar esta situación? En Estados Unidos, se acepta la opinión de que el sector de la vivienda fue un importante estabilizador de la economía, particularmente tras el hundimiento del sector de la alta tecnología a finales de la década de 1990, y un componente activo de la expansión en los primeros años de la actual.
«La urbanización siempre ha sido, por lo tanto, un fenómeno de clase»
La urbanización de China durante los últimos veinte años ha sido de un carácter diferente, concentrándose en el desarrollo de su infraestructura, siendo incluso más importante que el proceso estadounidense. Su ritmo se intensificó enormemente tras una breve recesión en 1997, hasta el punto de que China ha consumido casi la mitad de la producción mundial de cemento desde 2000. Más de cien ciudades han rebasado el punto de inflexión del millón de habitantes durante este periodo, y pequeños pueblos como Shenzhen se han convertido en gigantescas metrópolis de entre 6 y 10 millones de habitantes.
Propiedad y Pacificación
Como en todas las fases precedentes, esta última radical expansión del proceso urbano ha traído aparejadas increíbles transformaciones de los estilos de vida. La calidad de la vida urbana se ha convertido en una mercancía, como la ciudad misma, en un mundo en el que el consumismo, el turismo, las industrias culturales y las basadas en el conocimiento se han convertido en aspectos esenciales de la economía política urbana. La inclinación posmoderna a estimular la formación de nichos de mercado –tanto en los hábitos de consumo como en las formas culturales– acecha la experiencia urbana contemporánea con un aura de libertad de elección, siempre que se disponga de dinero para ello. Grandes centros y superficies comerciales proliferan como lo hacen los restaurantes de fast food y los mercados de productos artesanales. Asistimos ahora, como señala el sociólogo urbano Sharon Zukin, a la «pacificación mediante el cappuccino».
Incluso la incoherente, blanda y monótona promoción de vivienda adosada suburbana, que continúa dominando en muchas áreas, recibe ahora su antídoto en la forma de un movimiento en pro de un «nuevo urbanismo» que oferta la venta de comunidad y estilos de vida de calidad para cumplir todo tipo de sueños urbanos. Éste es un mundo en el que la ética neoliberal de un intenso individualismo posesivo y su correspondiente retirada política de las formas de acción colectiva se convierte en el modelo de la socialización humana. La defensa de los valores de la propiedad se convierte en un interés político tan fundamental que, como señala Mike Davis, las asociaciones de propietarios en el estado de California se han convertido en bastiones de la reacción política, si no de fascismos fragmentados a escala de barrio.
«Éste es un mundo en el que la ética neoliberal de un intenso individualismo posesivo y su correspondiente retirada política de las formas de acción colectiva se convierte en el modelo de la socialización humana.»
Vivimos cada vez más en áreas urbanas divididas y proclives al conflicto. Durante las últimas tres décadas, el giro neoliberal ha restaurado el poder de clase en manos de las elites ricas. En México han aparecido 14 milmillonarios desde entonces, y en 2006 el país se jactaba de que un connacional, Carlos Slim, era el hombre más rico del planeta, al tiempo que las rentas de los pobres se habían estancado o directamente disminuido. Los resultados se hallan indeleblemente grabados en las formas espaciales de nuestras ciudades, caracterizadas cada vez más por fragmentos fortificados, comunidades valladas y espacios públicos privatizados sometidos a constante vigilancia. En el mundo en vías de desarrollo en particular, la ciudad se está dividiendo en diferentes partes separadas, con la evidente formación de innumerables «micro Estados». Barrios ricos dotados de todo tipo de servicios, tales como escuelas exclusivas, campos de golf y de tenis, y servicios privados de policía que patrullan el área de modo permanente, se entrelazan con asentamientos ilegales en los que puede disponerse de agua únicamente en fuentes públicas, no existe alcantarillado, la electricidad es pirateada por unos pocos privilegiados, las calles se convierten en barrizales cuando llueve, y donde compartir casa es la norma. Cada fragmento parece vivir y funcionar de modo autónomo, aferrándose tenazmente a lo que ha sido capaz de conseguir en la lucha diaria por la supervivencia.
Desposesiones
La absorción de excedente mediante la transformación urbana tiene un aspecto todavía más siniestro, que ha implicado repetidas explosiones de reestructuración urbana mediante la “destrucción creativa“, que tiene casi siempre una dimensión de clase, dado que son los pobres, los no privilegiados y los marginados del poder político quienes sufren primero y en mayor medida las consecuencias de este proceso en el que la violencia es necesaria para construir el nuevo mundo urbano a partir de las ruinas del viejo. Haussmann desgarró los viejos barrios pobres de París, utilizando el poder de la expropiación en nombre de la mejora y la renovación cívicas, e implementó deliberadamente la expulsión de buena parte de la clase obrera y de otros elementos levantiscos presentes en el centro de la ciudad, donde constituían una amenaza al orden público y al poder.
En China, millones de personas están siendo desposeídas de los espacios que han ocupado durante largo tiempo, ascendiendo a 3 millones únicamente en Pekín. Como carecen de derechos de propiedad privada, el Estado puede simplemente desplazarlos por decreto, ofreciendo un pequeño pago en metálico para ayudarles en su nueva situación, antes de conceder con gran beneficio el suelo a los promotores. En algunos casos, la gente se ha movido voluntariamente, pero abundan las noticias de casos de gran resistencia, que son respondidos con una represión brutal por el Partido Comunista. En China abundan los casos de desplazamientos de población en los márgenes rurales, que ilustran el significado de la idea de Lefebvre, visionariamente articulada en la década de 1960, de que la distinción entre lo urbano y lo rural se estaba disolviendo en un conjunto de espacios porosos de desarrollo geográfico desigual bajo el poder hegemónico del capital y del Estado.
En Bombay, 6 millones de personas oficialmente consideradas como chabolistas se hallan instaladas en terrenos sobre los que no poseen título legal alguno; todos los mapas de la ciudad dejan estos lugares en blanco. Con la pretensión de convertir Bombay en un centro financiero global digno de rivalizar con Shanghai, el boom inmobiliario se ha intensificado y el suelo que ocupan estos habitantes ilegales parece cada vez más valioso. Dharavi, una de las áreas urbanas hiperdegradadas más prominentes de Bombay, se estima que puede tener un valor de 2 millardos de dólares. La presión para desalojarla –aduciendo razones ambientales y sociales que ocultan el apoderamiento del suelo– asciende día tras día.
Formular Demandas
La urbanización, podemos concluir, ha desempeñado un papel crucial en la absorción de los excedentes de capital, siempre a una escala geográfica cada vez mayor, pero al precio de un proceso impresionante de destrucción creativa que ha desposeído a las masas de todo derecho a la ciudad, cualesquiera que sean éstos. El planeta como terreno de construcción choca con el “planeta de ciudades miseria“. Periódicamente esto acaba en revuelta, como en París en 1871 o en Estados Unidos tras el asesinato de Martin Luther King en 1968.
En este momento de la historia, ésta tiene que ser una lucha global, predominantemente con el capital financiero, ya que ésta es la escala a la que trabajan en la actualidad los procesos de urbanización. Obviamente, la tarea política de organizar tal confrontación es difícil, cuando no apabullante. Sin embargo, las oportunidades se multiplican, porque, como demuestra este breve texto, las crisis estallan recurrentemente en torno a la urbanización tanto local como globalmente, y las metrópolis se han convertido en el punto de colisión masiva –¿nos atrevemos a llamarlo lucha de clases?– de la acumulación por desposesión impuesta sobre los menos pudientes y del impulso promotor que pretende colonizar espacio para los ricos.
Dar un paso adelante para unificar estas luchas supone adoptar el derecho a la ciudad como eslogan práctico e ideal político, porque el mismo plantea la cuestión de quién domina la conexión necesaria entre urbanización y producción y utilización del excedente. La democratización de ese derecho y la construcción de un amplio movimiento social para hacerlo realidad son imprescindibles si los desposeídos han de recuperar el control sobre la ciudad del que durante tanto tiempo han estado privados, y desean instituir nuevos modos de urbanización. Lefebvre tenía razón en insistir en que la revolución tiene que ser urbana, en el más amplio sentido de este término, o no será.
*Este ensayo corresponde a una versión resumida del oríginal, escrito por el académico y geógrafo David Harvey. Puedes leer la versión original completa aquí.