Texto de autoría del Colectivo Danza en Emergencia (@ladanzaenemergencia)
El movimiento es constante, no se detiene jamás. Hace unos meses juntarse en Plaza Italia era un lugar de tránsito, hasta hace menos, era en cambio un destino: Plaza Dignidad. La revuelta en Chile y en el mundo significó un cambio en el modo de vivir la ciudad, de habitarla y establecer lazos. Lejos de evadir, se le hacía frente a un sistema que reconocimos no querer más, nos reconocimos también en el/la otrx como igual, como compañerx de lucha por un mundo nuevo. Como decían los lienzos, “nos costó tanto encontrarnos, no nos soltemos”, ese era el sentir colectivo, de avanzar — de movernos — juntxs, como pocas veces y, desde ese entonces, se empezó a gestar tejido social, actuamos unidxs como un solo cuerpo con un objetivo tan simple como difícil: recuperar nuestras vidas. Se desplegaron asambleas territoriales, diversas acciones colectivas, las calles llenas y el fuego siempre ardiendo, comenzó a fortalecerse la comunidad desde la espontaneidad de querer derribar al capitalismo que nos tenía tristes, distantes y compitiendo.
Nos empezábamos a mirar, a reconocer, y llega una pandemia con la que sólo podemos acaso mirarnos. Plaza Dignidad amanece vacía y algún sujeto que no entiende nada aprovecha de tomarse una foto para el recuerdo. Distancia social, virtualidad, mascarilla no, mascarilla sí. Ahora el/la otrx es una amenaza, un eventual peligro del que me protejo — y al que protejo — alejándome. El territorio que habitábamos ahora aparece como ajeno. Regresan a las calles las miradas desconfiadas y ya jamás aceptaríamos subirnos a un auto desconocido o que rocíen nuestros rostros con agua y bicarbonato. Atrás quedaron los días de encuentro, se nos impone el encierro y ello significa en alguna medida lo que queríamos resistir: soltarnos.
Del otro lado, el gobierno y los aparatos del Estado, como siempre y más que nunca, han puesto sus intereses por delante de una forma tan burda que no puede sino inundarnos de pena y rabia. Los días pasan, se detiene la vida, los abrazos, las calles llenas, pero jamás la acumulación de capital. Y somos lxs trabajadorxs, lxs pobres, lxs de abajo, quienes sufrimos los costos de un sistema que sólo sostiene la vida porque son las manos que les generan sus ganancias, entonces un poco de cuarentena, un poco de mascarillas, un poco de información. Somos muchxs, por lo tanto, no importa si desaparecemos un poco. Ha quedado en evidencia que el sistema no arriesga ni un mínimo sus conquistas, que no le importan nuestras vidas. Recién nos mutilaban, violaban, mataban y encarcelaban; ahora nos matan arrojándonos a una ciudad infectada, en sistemas de salud que no dan abasto, en grandes aglomeraciones en el transporte público para poder seguir trabajando. El costo de la vida hay que costearlo y nos queda pagarlo con la misma vida.
¿Qué se viene? Es incierto, no lo sabemos. Podemos ver la experiencia internacional y guiarnos, el panorama no es alentador porque no hay gobierno que piense en el pueblo. Lo que sí sabemos es que el sistema está en crisis. Se ha hecho evidente la fragilidad de los cimientos sobre los que se alza el capitalismo, que la producción mundial no la mueve el empresariado, sino que la sostenemos nosotrxs con nuestro trabajo a pulso de cada día, porque sin nosotrxs no se mueve el mundo.
El contexto está difícil, está en riesgo nuestra salud y el trabajo, por ende, la vida; pero esta vida, la que nos han hecho vivir, la que se trata de trabajar hasta que te enfermas de inútil, de viejx, de pobre, de artista o de rebelde y ahí, cuando ya no produces o no puedes pagar, te matan o te dejan morir. Hay una emergencia sanitaria mundial que es real y que no nos alegra porque somos nosotrxs quienes sufrimos sus consecuencias. Pero tal vez la revuelta y la pandemia nos entreguen las claves para hacer de esta crisis un punto de quiebre a favor del nuevo mundo, un mundo para y por nosotrxs, nuestro; por eso, aunque sea difícil no hay que soltarnos, y aunque sea de lejos, sostenernos. No estamos solxs porque estamos todxs, juntxs tal como desde octubre, y nos tenemos que cuidar entre nosotrxs mismxs; multiplicar las iniciativas de apoyo mutuo, ejercer solidaridad de clase y ayudarnos a mantener la vida, que por ahora lo importante es sobrevivir y salir de esta, juntxs.
De ahí en más, con cuerpos sanos, fuertes y frente a un sistema más vulnerable que nunca, hay que volver a las calles y a los barrios a seguir construyendo la vida que queremos y merecemos, a trabajar esta vez por nuestra gente. Es hoy más que nunca posible la transformación a una sociedad donde vivamos de verdad, donde nos reconozcamos en cada pedacito del mundo y en nuestros cuerpos. Allí aparece la danza, una sociedad donde al fin el cuerpo deje de ser una herramienta de este mercado que lo ha acondicionado a la especificidad y al trabajo, donde el reconocerse cuerpo y la creatividad ya no sea un saber de unxs pocxs. Seremos cuerpo en rebeldía, nos moveremos con soberanía y libertad y veremos todo lo que puede un cuerpo, un cuerpo que al fin se pone a disposición de la vida.
Vamos a vivir, y entonces la vida misma será baile.