En gran parte del libro Tengo miedo torero vemos el atrevimiento de mostrar los deseos y pensamientos de Augusto Pinochet soportando la cháchara de Lucía Hiriart; una parodia paralela a la vida de la Loca del Frente, en que el narrador — o Lemebel si se quiere —, surge como la única figura en todo Chile que se ha atrevido a meter la mano dentro del cuerpo del Dictador y sacarle una especie de humanidad, de la que claramente se está burlando, pero una humanidad al fin y al cabo. Si algo aprendí en mi formación como actor y ayudante de actuación es que el lado oscuro de personajes como Pinochet, Trump o Hitler, es justamente ese lado emocional cotidiano, el que todos los humanos tienen, pero cuando lo vemos en personas como ellos nos parecen repugnantes, porque captamos cómo nuestra propia individualidad coincide con emociones posibles también en esta clase de gente odiosa. Es tanta la conciencia de Lemebel respecto a este tema que una vez declaró frente a cámara que el amor es lo más ordinario que hay, si hasta los policías se enamoran, dijo. Bien podría haber dicho que hasta Pinocho se enamora, como lo vemos en esta novela rosa en la que tanto el dictador como la Loca son atravesados por el amor: el primero, de una ordinariez fascista y ambiciosa hacia el recuerdo de una Lucía joven; la segunda, de una ordinariez con toda la belleza sincera de la pobreza cola hacia Carlos.
La película no se atreve a tanto, pues omite casi la mitad del libro al prescindir de esta pareja fascista como personajes. A pesar de la idea del propio Lemebel de incluirles, de ser que se hiciera una película, como bien lo explica en la entrevista en Off the record del 2001, poco después del lanzamiento del libro, quizás sea una omisión correcta. Retratarlos frente a cámara, se hace una tarea casi imposible que solo la literatura, como arte de la palabra, podía lograr de manera compleja: desarrollar un mundo interno con minuciosidad en relación al dictador y la primera dama. Mucho mejor queda en el pulso de un escritor como nuestro Pedro — porque, admitámoslo, a estas alturas ya es de todes quienes lo sintamos así —. Haber traducido esa parodia hacia Lucía y Pinochet al lenguaje de la película habría significado también traducir con más liviandad y humor la imagen de La Loca del Frente si se tenía la intención de generar cohesión humorística en el film, pero la película se atiene a una estética más cercana al realismo naturalista propio del cine actual. Y no sólo eso, ¿cómo elegir a un actor para interpretar a Pinochet seriamente, como muy bien lo hizo Alfredo Castro con la Loca, pero a la vez burlarse? ¿Desde qué ángulos enfocarlo? ¿Siempre de espaldas? ¿Habría funcionado cuando nuestra aversión hacia su imagen es tal que solo al verlo ya a muchos se le quita la risa? Porque es un asesino, y una imagen dice más que mil palabras. Mejores las miles de palabras cuchuflí de Lemebel para burlarse del tirano que una sola imagen de él arruinando la película. Que quede como esa sombra detrás del espantoso ambiente de la época me parece una buena decisión, respecto al estilo de actuación y humor que se le dio al relato.
Porque, digámoslo también de una vez: ninguna versión de la película habría satisfecho plenamente a cualquiera que hubiese leído la novela. Así que antes de hablar de lo maravilloso de esta adaptación, que tuvo cerca de 170.000 espectadores en sus dos días de Avant-premier por streaming, creo que he de hablar de lo odioso. Dejemos lo bonito para el final.
Primeramente, ¿por qué Carlos es mexicano en la película? No es un detalle que podamos dejar pasar así como así. Y no es que tenga yo algo contra los mexicanos, al contrario, tengo una relación amorosa abierta con uno en estos momentos de mi vida y en realidad, haciendo un paralelo subjetivo entre mi experiencia y lo que vi en pantalla, ese hecho solo aumentó mi felicidad, por su forma de hablar y porque así a mí me tocaba ser la Loca, en ese juego imaginario tonto que uno hace a veces entre su pareja y las parejas de las películas. Pero más allá de mi subjetividad cola de romancero, me parece que políticamente la falta de delicadeza en esa elección es deleznable, con lo chileno que es necesariamente Carlos en la novela, y necesario porque perteneces al Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Asumo, sin saberlo, y de hecho lo espero, que haya sido por un compromiso de parte de producción para obtener financiamiento, de lo contrario, creo que es una elección comercial — para internacionalizar el film — que produce que se muestre al Frente como un movimiento con más apoyo internacional del que poseía en la práctica, sólo por parte de Cuba. Además, con el añadido de una Laura argentina en esta decisión.
Esta elección de extranjeros argentinos y mexicanos es extraña tanto para la época de la película como para la actualidad. Y lo cierto es que, el plantear un Carlos mexicano, de un país que ni siquiera es cercano geográficamente, provoca un distanciamiento que, si no fuera por la correcta adaptación del texto y la buena actuación de Leonardo Ortizgris, el actor que interpreta este personaje, en diálogo con Alfredo Castro, quien interpreta a la Loca, no se salva tan fácilmente de las críticas y la falta de atención historiográfica.
Segundo, las amigas de la Loca son interpretadas por actores chilenos, blancos — como quien escribe estas palabras — y famosísimos, cuando podrían haber intentado contratar a personas marginadas dentro de la comunidad lgbti+ o algún actor afrodescendiente por lo menos, como la Lupe, una de las amigas de la Loca en el libro, descrita como una negra treintona; sobre todo en estos tiempos en que luego de la ola inmigrante peruana de los 90, a Chile comenzaron a emigrar haitianos, colombianos y venezolanos, y con ello el racismo lejano se ha ido haciendo cada vez más concreto en boca de los puristas de la patria. Como si estos últimos no fueran mezcla de la violación y genocidio indígenas de la Colonia. Es innegable que la obra de Lemebel, como cronista de la realidad, está atravesada por hechos históricos y políticos, que por este tipo de decisiones se vieron suavizadas en la película de una forma insultante para algunos sectores, que son retratados por ese grupo de actores a modo juguetón cantando en la pantalla. Bajo ciertas perspectivas, esta decisión le baja el perfil a la verdadera pobreza descrita en la novela, la que es parte, seguro, de la realidad social de entonces y de ahora. Incluso, ciertas personas han decidido piratear la película y compartir el link por Facebook o WhatsApp, a modo de protesta contra esta desconsideración.
Personalmente, dudo si le correspondía a los productores o el director encargarse de una mejor visibilización de algún sector de la sociedad, siendo que la cinta es un negocio privado que cualquier grupo de personas podría haber producido, no un producto estatal, pero ciertamente debe haber una ofensa en este hecho, que no podemos entender realmente aquellos que no somos cercanos a la marginalización, y que están en todo su derecho de alzarse en contra de la reproducción de una imagen trans o travesti tomada a la ligera. Sobre todo si el imaginario original del relato pertenece a Lemebel, que fue un férreo defensor de la dignidad y el destape de esta realidad.
En tercer lugar, las imágenes de las protestas contra Pinocho quedaron de una formalidad y orden que quizás pretende ser poética, pero no alcanzan esa plenitud. Menos si consideramos lo cercanas que son para muchos de nosotros este tipo de manifestaciones con desmedida violencia estatal, después del estallido social del 18 de octubre del 2019. En cambio, se genera nuevamente el distanciamiento de pensar: esto no está totalmente logrado, por mucho que sea hermosa la imagen de ver a la Loca parada entre todos los protestantes tirados en el suelo y el uso casi imperceptible de una grabación real de las mujeres encadenadas al congreso en protesta por sus detenidos desaparecidos — que allí sí que usaron imágenes y gente real, lo que se agradece, porque agrega correctamente el ámbito de crónica que atraviesa la poética de Pedro —.
A pesar de esto, porque la dirección de arte, de fotografía, el guión, la música o las actuaciones están realmente bien, los defectos nombrados no alcanzan a arruinar la adaptación y, al contrario, brilla, de forma entrañable, tierna y romántica. En esta bajada realista que sucede en la película respecto a esta novela rosa, con todo su lenguaje y descripciones barrocas sentimentales, la elección de la casa de la Loca del Frente es destacable. Además, la calidad de la fotografía no se percibe en un HD o 4K de las películas actuales, pues tiene una cualidad, a mi parecer, de fines de los 90 en el brillo de los colores y en el desenfoque de los objetos lejanos, que la ayuda adaptarse a los atisbos documentales que le dejaron.
Ante todo, me parece excepcional la actuación de Amparo Noguera como Doña Olguita del almacén del frente. Si no me equivoco, en la novela ni siquiera tiene un nombre aquel personaje, pero la actriz logra encarnarla con toda la sencillez, el humor y el relajo — sin dejar de ser realista y orgánica — que merecía la ambientación graciosa y coliflora de Lemebel.
Entonces, solo me queda destacar la entrañable actuación de Alfredo Castro, porque ya a los 10 minutos de transcurrida la película dan ganas de abrazarla, ¿o me van a decir que no? No podíamos esperar menos de uno de los actores más lúcidos emocional e intelectualmente de nuestro país, considerando, además, ese peso enorme que seguramente significó que el mismísimo Pedro Lemebel lo haya señalado como el indicado para interpretar a la Loca del Frente. Puedo asegurar que ese papel no lo decepcionó y que Pedro está tranquilo en su tumba, incluso creo que ahora duerme más tranquilo, sabiendo que la Loca del Frente se encarnó en el mejor cuerpo posible. Toda la adaptación del guión y las escenas, que le bajan bastante el tono putifrunci amoroso a los diálogos entre Carlos y la Loca, pero que sí lo mantienen las actuaciones como subtexto de sus estados en la pantalla, nos guían como espectadores al final más correcto para la adaptación de esta rosada crónica novelada: un mar rosa pálido de fondo en un atardecer de septiembre, con dos textos copiados literales de las últimas páginas del libro, y otros dos sacados de la boca del propio Lemebel:
“¿Qué podría ocurrir en Cuba que me ofrezca la esperanza de tu amor…?” —
“Yo no tengo amigos, tengo amores” — Lemebel
“La vida me va a quedar debiendo el amor que inventó para los otros” — Lemebel
“¿Te fijas cariño que a mí también me falló el atentado?” — Libro, p.216
Al final, por muchas elecciones higiénicas política y comercialmente que se le hayan hecho a la película, nos queda una obra de amor cariñosa y sincera, que nos estruja el alma y nos la tiñe de rosado, porque por muy elegantes que nos creamos, al ver a esa vieja loca acariciándonos con sus palabras y al joven guerrillero mexicano despidiéndose, a todes se nos llenan los órganos con el ordinario y melancólico sentimiento del fallido amor.
Lemebel, Pedro. Tengo miedo torero. Santiago: Seix Barral, 2002.
Sepúlveda, Rodrigo. Tengo miedo torero. Chile: 2020.
Ficha técnica de la película
Título: Tengo miedo torero
Género: drama. Largometraje de ficción
Año: 2020
Director: Rodrigo Sepúlveda
Elenco: Alfredo Castro (La Loca del Frente), Leonardo Ortizgris (Carlos), Julieta Zylberberg (Laura),
Amparo Noguera (doña Olguita), Sergio Hernández (Rana) y otros.