El mes pasado se exhibió virtualmente en el Festival de Cine Santiago Wild (Ladera Sur*) Let things rot (Deja que las cosas se pudran), un cortometraje documental que trata sobre lo que comúnmente en nuestra lengua —y tantas otras— se entiende como el ciclo de la vida/la muerte, abordado desde la importancia de los hongos en ecosistemas como los bosques de araucarias de la región de la Araucanía. Este se trata de un documental creado por la Fundación Fungi, dedicada a la apreciación y comprensión de los hongos.
El bosque, la muerte, la poesía, los hongos: ese es el sustrato de esta obra audiovisual. Giuliana Furci, micóloga y CEO de la fundación dice:
Y a través de los hongos podemos aprender la importancia de un ciclo, la importancia de la temporalidad. Podemos aprender la importancia de renacer desde la muerte o podemos verlo también como la muerte desde la vida, pero es el mismo concepto. No hay renacimiento sin que haya muerte, y no hay muerte si es que no hay vida. Observando nuestros maestros, los hongos, podemos aprender a ser mejores personas, a aceptar los ciclos, el final de los ciclos… el comienzo de otros, a dejar que las cosas se pudran. Debemos dejar que las cosas se pudran (05:22)
En las palabras de Furci se manifiesta la urgencia de la valoración de la muerte, de ver la vida más allá de los recortes de la lengua, que, si bien se van articulando para poder comunicar la experiencia de existir, muchas veces es necesario abandonar, o al menos cuestionar, como cualquier otra herramienta. Recuerdo, por ejemplo, la disyuntiva del concepto de weapon en la película Arrival (2000) que se adscribe a principios del relativismo lingüístico, atribuido a la dupla Sapir-Whorf.
Según esta hipótesis, la forma en que la realidad es articulada mediante la lengua determina la visión de los hablantes respecto de la primera. Esta perspectiva ha sido criticada por atribuir capacidades intrínsecas a ciertas lenguas, a partir de lo que han surgido variantes menos deterministas, que apuntan a que una lengua condiciona o predispone el pensamiento de sus hablantes.
Por lo tanto, desde este último enfoque, conocido como relativismo moderado o diverso, el uso de una lengua no implica formas fijas o esencialistas, “[e]sto quiere decir que los hablantes de la lengua X pueden poseer ciertas habilidades lingüísticas que los hablantes de la lengua Z no tienen, lo que les permite manejarse mejor en ciertos tipos de pensamiento. Pero la situación también es inversa cuando se considera algún aspecto del pensamiento en el que los hablantes de la lengua Z se manejen mejor que los de la lengua X” (Gil, 2001, p.87-88). Al mismo tiempo, nuevas formas de pensamiento podrían ser también aprehensibles al adquirir otras lenguas.
Y, aun cuando tal vez nunca logremos asir la forma de pensamiento de un hablante nativo, tal vez sí es posible, al menos, remecer la plasticidad de nuestros tejidos comunicativos, tal como menciona el personaje principal de La historia de tu vida —el libro en que fue inspirada Arrival— respecto a su experiencia con los heptápodos, seres extraterrestres que se comunican mediante semagramas circulares:
Aunque me he convertido en una experta en heptápodo B, sé que no experimento la realidad como lo hace un heptápodo. Mi mente fue forjada con el molde de los idiomas secuenciales humanos, y por mucho que me sumerja en un idioma extraterrestre no hay manera de reformarla completamente. Mi visión del mundo es una amalgama de humano y heptápodo (Chiang, 2019, p. 117)
Entonces, apreciar en qué se focaliza una lengua para emplear formas comunicativas que otorguen la importancia que culturalmente tienen la necesidad de ser comunicadas por sus hablantes es crucial en dos sentidos: apreciar otras culturas en su particularidad y diversificar el modo en que percibimos la experiencia de ser vivo. En suma, cuestionar nuestra propia lengua y contrastar con otras posibilita la mutación de nuestro pensamiento y de nuestra realidad, como un temblor en la cosmovisión.
Evoco un aspecto de El nombre del mundo es bosque, una novela que, como muchas otras de Ursula Le Guin, evidencia la relación intrincada de una lengua con otra cuando dos culturas — planetarias o interplanetarias — interactúan. En esta, vibran continuamente preguntas sobre la lengua, la acción, dios, el bosque, la lengua y la muerte. La autora, para empezar, crea una bella descripción sobre el bosque en el planeta Athshe:
El suelo no era seco y compacto sino húmedo y esponjoso, producto de la colaboración de los seres vivos y la lenta, la morosa muerte de las hojas y los árboles; y en aquel fértil cementerio crecían árboles de treinta metros de altura, y hongos diminutos que brotaban en círculos de un centímetro de diámetro (p.29)
Se trata de la red de la vida, un continuo colaborativo en que la descomposición y la recomposición de sus formas son entendidas como parte de lo mismo. El planeta pulsa bosque. El bosque es sueño. Los sueños son el enraizamiento de la gente que habita el bosque mismo. Le Guin enuncia: «La ecología de un bosque es muy delicada. Si el bosque perece, la fauna puede extinguirse junto a él. La palabra que para los athshianos designa el mundo designa también el bosque» (p.71-72). Se manifiesta en este fragmento tanto el cuidado del bosque como sistema, asi como también la manera en que un concepto se correlaciona con la cosmovisión. Más adelante la autora añade:
(…) Athshe, que significaba el «bosque» y el «mundo». De modo que tierra, terra, tellus significaba a la vez el suelo y el planeta, dos significados y uno. Pero para los athshianos el suelo, la tierra, no era el lugar a donde vuelven los muertos y el elemento del que viven los vivos: la sustancia del mundo no era la tierra sino el bosque (p.87)
Resuena en torno a estas palabras la misma sensibilidad a la que invita Deja que las cosas se pudran. Muerte y vida son en realidad parte del mismo concepto, como dice Furci. Efectivamente el bosque es un fértil cementerio aquí también. Hay, probablemente, una separación lingüística diferenciada para denominar este concepto dual, creada con fines prácticos; pero resulta que la practicidad de los límites muchas veces también conlleva rigidez de nuestras estructuras de pensamiento, por ejemplo, en debates en torno a lo que es considerado vivo y lo que es considerado muerto desde la ecología, la bioética, la biotecnología y el transhumanismo.
Aprender de la forma de comunicación de otros no solo aplica para humanos de este planeta y humanoides como los heptápodos o los athshianos, sino también de todas las formas de vida, entre ellas, los hongos, criaturas que se alimentan de la descomposición del mismo sustrato que los sostiene. Últimamente, en torno a las irrespetuosas decisiones políticas sobre ecosistemas como el archipiélago de Humboldt y tantos otros, amenazados por salmoneras, forestales, hidroeléctricas, mineras y más, así como también en torno al continuo genocidio de pueblos indígenas y de los defensores medioambientales, tengo particularmente presentes a los hongos saprófitos, “que habita[n] sobre madera o restos vegetales muertos, alimentándose de éstos y trasnformándolos en podredumbre de materia orgánica” (p.45), a los coprófilos, cuyo sustrato es el estiércol, y los cordyceps, que parasitan insectos hasta que mueren.
Pienso, a partir de esto, en formas de analogar estrategias políticas para defender los ecosistemas, formas de parasitar organismos que amenazan a los ecosistemas y cómo efectuar desde dentro cambios silenciosos, en modos de reinventar los aspectos más arcillosos de nuestra lengua, en formas de sobrevivir a la mierda y transformarla en una bella fructificación. Aprender a transformar la mierda, lo que se desecha, en una forma distinta, no por la sacralización de la vida, sino en respuesta y en concordancia con los ciclos. Pienso en el dejo irónico de escoger a estos tipos de hongos como hongos de poder —así como se habla de animales de poder—; en levantar un tótem-hongo que unifique los recortes de la lengua/del pensamiento con sus hifas y que su cuerpo fructífero sea un monumento tanto a la transformación como a la quietud. Que sea un dispositivo tecnomicrobiológico ancestral de sigilo.
De pronto, valerse de ironías como esta es una estrategia desesperada ante la dificultad de coexistir entre hablantes de una misma lengua que, aunque recortemos la realidad en más o menos los mismos conceptos, aún así, no compartimos las mismas formas de apreciación, pero tampoco de respeto por la diversidad. En este punto pareciera más importante quedarse en silencio, meterse en el bosque, observar y dejar de emitir. Un lugar fuera del lenguaje. Sigilo.
Quiero cerrar este texto, en concordancia con el silencio del que hablo, remarcando la importancia de sacudirse la lengua para ampliar la apreciación. Sacudirla, por ejemplo, a través de las artes, a través de los usos poéticos del lenguaje, de prescindir de ella. Que tendamos a experienciar los ecosistemas con la consciencia de ser también parte de ellos, habitarlos con los sentidos atentos, especialmente dispuestos a lo que no se ve, más allá del apego a ser humanos, más bien dispuestos a dialogar con la deriva de ser orgánico, a dejar que las cosas se pudran en el fértil cementerio de la lengua.
Referencias
Barrenengoa, Mateo. Let things rot. 2021. Ladera Sur (Youtube): https://youtu.be/PI_-eUOgqFI
Chiang, T. La historia de tu vida (pp. 79- 121). Madrid: Alamut, 2019.
Furci, Giuliana. Guia de campo hongos de Chile. Volumen II. Santiago: Fundación Fungi, 2018.
Gil, José María. Introducción a las teorías lingüísticas del siglo XX. Santiago: RIL Editores, 2001.
Hurtado, Silvia. “El relativismo lingüístico en la ciencia ficción”. Tonos Digital, 38, 2020 (I).
Le Guin, Ursula. El nombre del mundo es bosque. Planeta: Barcelona, 2021.
* Los documentales fueron emitidos por la web del festival durante los diez días en que estuvo programado. Let things rot está disponible en el canal de Youtube de la Fundación Fungi. En caso de que Ladera Sur modifique el acceso a otras obras audiovisuales, recomiendo ver Aguas negras, Lo que queda del bosque y Caño Cristales: el río Arcoiris.