La visita del Papa Francisco a Chile ha sido mediatizada hasta no bastar. La televisión y otros medios de divulgación se han encargado que cada persona se entere de los días que estará el católico en nuestro país. Sin embargo, poco se ha hablado sobre cuáles son las implicancias de recibir este hombre, qué ha hecho este en términos de derechos humanos y como representante oficial de la iglesia católica.
La iglesia católica ha sido siempre una de las instituciones con mayor poder sobre las sociedades y que se ha encargado de manejar a los seres humanos bajo el lema de la ‘espiritualidad’. Solo por nombrar algunos de los tantos hechos que han marcado la historia de esta religión, están Las Cruzadas donde la iglesia católica mató inmensos grupos de gente bajo el lema de la ‘misión evangelizadora’. Asimismo, bajo este mismo lema, se legitimó: la masacre de la colonización, la violación de los derechos de los pueblos indígenas y la consecuente expropiación sus tierras. Más aún, irónicamente, una de las misas papales se llevará a cabo en Temuco, en una de las zonas de mayor conflicto causada por la militarización estatal en las tierras mapuche. Más de 7.000 hectáreas usadas para albergar una de las misas del “santo padre” corresponden a tierras ancestrales mapuche, y que han sido usurpadas por privados y el estado.
De la misma manera, las personas gay han sido históricamente rechazadas y juzgadas como ‘contra-natura’, por el siemple hecho de tener una opción sexual que se aleja de la heteronormatividad proclamada por la iglesia. El catolicismo, además, ha encubierto y ocultado millones de casos de pedofilia y abuso sexual de menores, por parte de los obispos, sacerdotes y otros hombres religiosos. Sin embargo, esto ni siquiera se detiene ahí, ya que es igual –si es que no más fuerte– el desmedro que ha hecho la iglesia sobre nosotras las mujeres.
Entre el siglo XV al XVIII la iglesia cometió una masacre al perseguir, acusar, incendiar y matar mujeres que ellos consideraban demoniacas: “las brujas”. Este fue uno de los momentos más significativos en cuanto a la oposición de la iglesia a la emancipación femenina. Dos siglos de tortura y ejecuciones en la hoguera han sido eliminados de los libros de historia y relegados a la simple anécdota de algo “folclórico”. Lo que entendemos por “brujas”, además, lamentablemente está limitado a los pocos documentos que sobreviven de la época y que fueron escritos por las personas en el poder en aquella época: los magistrados, los inquisidores, etc.
Con este en mente, se hace evidente la misoginia y la demonización de la mujer propagada por la iglesia después de estos episodios. La mujer se convierte en la “asesina de niños”, “sirviente del demonio”, “destructora de hombres”, a través de la supuesta seducción. No fue hasta los años 70 que se resignificó el concepto de “brujas” y la valía de la mujer, por medio de el Movimiento de Liberación de la Mujer. Nuestras compañeras feministas se dieron cuenta que este fue un fenómeno importante y que marcó las pautas del tratamiento de la mujer en las sociedad subsiguientes. Las “brujas” fueron las mujeres que primero se manifestaron contra el poder de la Iglesia y el Estado. Es por su legado y la violencia actual que se ejerce sobre nuestros cuerpos que seguimos manifestandonos y no nos callaremos jamás ante la naturalización del abuso hacia nosotras.
Hoy en día, la famosa institución religiosa que proclama el “amor al prójimo” es la misma que se opone al reconocimiento de los derechos de las comunidades LGBTQ. Es la misma que sigue proclamando a la mujer como objeto del demonio, juzgandonos por nuestra vestimenta, nuestro oficio, nuestros cuerpos y nuestras decisiones. No es extraño la mala reputación del ex Arzobispo Jorge Bergoglio (hoy Papa Francisco), quien en 2010 lideraba la iglesia católica en Argentina y con una hostilidad explícita se opuso a la ley de matrimonio igualitaria en su mismo país. Es esta institución con su jerarquía católica, la que se ha construido una política opositora a los derechos sexuales y productivos, descalificando a las mujeres y negándose el derecho a decidir lo que hacemos y dejamos de hacer con nuestros cuerpos. Sin mencionar la relación directa con el Estado -absurdamente llamado laico-, que ha implicado el reforzamiento de los supuestos “valores morales universales”, impidiendo la emancipación femenina y la realización de nuestra libertad.
Es por esto que es necesario manifestarse en contra de la venida del Papa Francisco a Chile, ya que detrás de esa cara amable y «buena onda», hay un hombre que representa esta institución católica, que se ha encargado de menospreciar, denigrar, destruir, perseguir y juzgar a las mujeres y otras minorías. Su presencia y religión va en contra el ideario de construir una sociedad de mujeres y personas libres, que no sean juzgadas/os, castigadas/os u oprimidas/os por estas y otras instituciones eclesiásticas y de poder.