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Bajo un sol duro de morir: Fotografía de Sharon Castellanos

Duro de morir se llama la primera exposición en Chile de Sharon Castellanos (Lima, 1989), una mala traducción o apropiación cultural de “Duro de matar”, que beneficia el significado. Porque lo duro de morir ofrece otro tipo de resistencia, una fuerza suave, como la piel de un hombre imberbe, adolescente o indígena o ambos. La frase aparece en las ventanas posteriores de un colectivo cuya luz interior espectral pareciera trasladar a sus pasajeros al otro mundo. Pero además se produce al verla una cierta ambigüedad respecto de lo que es adentro y es afuera, lo que es móvil e inmóvil, tal vez por un ribete de ladrillos en el tapiz.

 

Duro de morir, Cajamarca, Perú.

El fotógrafo Max Donoso, gestor de la muestra, resalta en Castellanos un vínculo con Martín Chambi, (Puno, Perú, 1891-1973) que construyó su estudio en función de la luz, cuidando la orientación de la ventana para iluminara como convenía a los retratos, regulándola con una cortina. En la foto de una determinada persona, en un determinado momento de su vida,  hora del día, en esa latitud, estaba involucrado el sol. Era un asunto astral, que trascendía la improvisación y el artificio para organizarse en el tiempo de un estudio fotográfico paciente y preciso, donde el rostro era una pieza del reloj solar.

La mayor parte de las fotografías de Castellanos exhibidas en el Centro Cultural las Condes son de exteriores. Exteriores íntimos, se diría, por su delicadeza. En ellas se advierte distancia y cercanía con el sujeto fotografiado. Una distancia dada por el acercamiento formal, con las antenas puestas en la geometría, y una cercanía por la atención, casi de entomóloga, a los signos. Las figuras que forman a la distancia los peregrinos dan la impresión de que la forma fuera una aproximación a lo sagrado, que las gentes y las cosas atendieran a la imagen como a un altar.

Chahuaytire, Alturas de Písac, Cuzco, Perú.

Paralelamente, los planos juegan con las dimensiones en la mirada. Contratada por una ONG para registrar la instalación de un atrapanieblas, Sharon se encontró con esta fotografía de un hombre envuelto, como quien se levanta envuelto en la sábana, en plena sierra. Gracias al punto de observación, la tela entra en la dimensión de las montañas, es una continuidad que refuerza el cambio de materia, una metáfora que transfiere la suavidad de la tela al cerro basto y su permanencia al pliegue pasajero.

Huachupampa, Sierra de Lima, Perú

 Espinar, Cusco, Perú

Las dimensiones, un corazón más grande que los niños, se relacionan a la vez con los juegos del adentro y el afuera. La escena tiene un marco natural, el de las puertas, que convierten el afuera en interior: el corazón de la calle, bajo la luz vertical, más allá los tejados que cierran el cuerpo-ciudad, y más allá las montañas que lo agrandan. En otra imagen una loma que es el lomo de un caballo se convierte en una manera de acariciar el paisaje. Mientras que en un acercamiento sobre manos fervientes cae vertical la lágrima espesa de la cera, y la llama horizontal, en resistencia al viento, es subrayada por los dedos, de tal modo que el contenido, lo real, pareciera al servicio de la forma.

Centro histórico de Cusco, Perú

Cusco, Perú

Así también sucede en una fotografía de ovejas cruzando la carretera, que establece el tiempo suave. La oveja negra en primer plano más que una rebelde es un opuesto del blanco, unidad contra lo múltiple. A la orilla el movimiento de los pastos, retrato del viento, defecto del lente, parece más vivo, más veloz, que el de la camioneta que se ve venir a lo lejos, por la vertical del cuadro. En paralelo, los postes de luz sostienen una caligrafía inclinada de trazo fino.

Espinar, Cusco, Perú

En el cerro La Balanza dos niñas muy naturales, bajo sombreros de flores artificiales, observan a la fotógrafa/espectador. Desprovistas del color que las ofrece antes de tiempo, las flores refuerzan la forma sinuosa, contra las líneas duras de unos escalones de piedra. En otra de las obras, de pronto el humor o un homenaje velado a Magritte, pone en primer plano un sombrero en el aire, como si se le hubiera volado a la montaña, como si lo llevara puesto el viento. En entrevista con su colega chileno Patricio Salinas, Sharon Castellanos manifiesta su admiración por la obra del pintor belga René Magritte: “porque reúne unos cuántos elementos, algunas veces no relacionados entre sí, mantiene la representación figurativa de las cosas, reconocibles aunque sí jugando con escalas y genera niveles de realidad y al mismo tiempo, una sensación de algo concreto (…)”.

Cerro La Balanza, Comas, Lima, Perú.

Espinar, Cusco, Perú

Esa atención a los niveles de realidad no permite descansar a la mirada cuando se acaba la ceremonia. Así es como logra captar significados fuera del rito: el gesto de secarse el sudor el danzante actúa como máscara, reforzando el carácter sagrado; la luz cae sobre las plumas haciendo real el ave simulada; un niño, joven modernidad, se yergue sobre un pasado rocoso, y una bandera se inclina a punto de caer.

Chahuaytire, Alturas de Písac, Cuzco, Perú.

La mirada cultivada por Sharon Castellanos, del saber ver y saber mostrar, pareciera estar buscando la composición cuando se encontrara, fortuitamente, con el significado. Hay algo de eterno en sus fotos, como si la lente, habituada a capturar los signos de lo fugaz, girara su objetivo hacia los signos del pasado sin mitificarlos. La atención puesta en la resistencia cultural es más una pregunta que una respuesta: ¿De qué forma es real aún este pasado? La luz lo actualiza, el sol lo sostiene. La misma pregunta se traslada a la fotografía: ¿De qué forma es aún vigente el gesto de compartir la mirada? Si se piensa en el ver anestesiado por el uso instrumental de la imagen; en los modos inmediatos de compartir antes de ver, entendemos la vigencia, e incluso la urgencia, de compartir la mirada creadora.

La muestra “Duro de morir” permanece abierta al público hasta el 29 de septiembre en el Centro Cultural de Las Condes, ubicado en Apoquindo 6570.

 

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