“Si la guerra de drones no es exactamente una guerra, ¿a qué estado de violencia corresponde?” (Chamayou, 2020, p.30). Con esa pregunta como epígrafe Los drones previsibles de Argania adelanta la cuestión que recorrerá sus páginas: un estado de guerra. El estremecimiento del cuerpo por la violencia y sus imágenes.
En este poemario, publicado en Ediciones Delakostra en 2022, el ethos militar es acompañado por la marcha del verso y su melodía sincronizada: ¿es el crujir de la bota anticipando la amenaza o la respiración entrecortada de la máquina? ¿A quién nos enfrentamos cuando, al alzar la vista, sobrevuela un dron, una cámara al entrar al supermercado, o al espía que acecha tras la última intimidad virtual?
El cuerpo se estremece porque intuye el estado de alerta, pero no es un enemigo material, un hombre o una bandera. Es un monstruo de mil ojos, los ojos de las moscas que pensó la poética de Maha Vial. Cyborg o bala, dolor de vigilancia dolor de internet virtual real sí, “un ojo en tinta distante, aunque omnipresente” (p.53). Como lectores de este texto nos reflejamos los adentros en la pantalla negra. Habitamos el presente apocalíptico posthumano. “Todo ataque sucesivo/ es en adelante, / por si las moscas, / sucedáneo y preventivo” (p.84). Ataques preventivos, ataques preventivos, pienso. Al leer estos versos soy parte de una guerra que no entiendo.
Drones previsibles recuerda que nuestro temor ya está aquí. Éramos nosotros los monstruos de la violencia y su filo. Éramos nosotros los del desastre. “¿Cuál es la flecha capaz de retroceder desde el impacto hacia su sombra?” (p.85). No hay violencia sin su herida pasada y cicatriz futura, o como dice la voz poética, “lo que parte como trayectoria, no deriva como meta” (p.83). Hablamos de que estamos en guerra, una guerra con la vigilancia omnipresente y bien de ello habla la voz del poema “Los cobardes”:
Piensen en la guerra / de los seis o mil días, / en la de los cien años. / No sólo ninguna duró / lo que sus nombres indican / sino que más importante aún: / las tres fueron / más allá de sus tiempos / guerras libradas / en la infinita extensión de tristezas / que un campo de batallas significa (p.52)
No sabemos si es mañana o un día muy adentro en la humedad de la memoria, después de todo: ¿cuál es el tiempo de la vigilancia? ¿Cuál es el tiempo del dron? ¿Cuál es el tiempo del tiempo de los no humanos, especies liminales que habitan el espacio intermedio de las identidades?
La voz poética brinda un espacio para esos cuerpos que habitan las fronteras e incorpora voces escindidas. Por ejemplo en “Divina patrona de nuestra numerosa Compañía” (p.39) Norma Baker presta sus ojos a Marilyn Monroe, o en el poema “La avanzada”, cuando se habla de Juan finado Rain, “que en ese momento no era finao / sino un vecino no más” (p.63). El finao quería advertir sobre la peligrosidad de la bala, más aún cuando ésta se vuelve omnipresente, omnipotente e incluso gesticuladora de un dolor invisible, “porque la maldad es grande si lleva uniforme / y me tiraron al suelo / y también en el suelo le metieron a mi hijo / ocho u seis perdigones por muslo / que hasta el día de hoy le emploman la sangre” (p.64).
Habitamos su texterritorio, como ha decidido la voz poética designar a su espacio de des/aparición. Desde allí, entonces, la invitación es a adentrarnos en la lógica particular de la geografía trazada en el texto, una guerra más allá del tiempo. Un tránsito del perdido. El texto sitúa al lector en el tránsito del perdido: ¿cómo llegué hasta aquí? El tránsito del perdido libra batalla en el ojo, en la red (como micelio de internet, el llanto), el texto mismo en el que resistimos.
La voz poética pregunta acerca de los límites del dron y su vigilancia, de la violencia en la mirada. Se pregunta por el amor y responde, después del interrogatorio del lector, “no pestañean jamás / amar no saben” (p. 38). La voz poética desconoce la cualidad identitaria del ser que habita el planeta del texterritorio: no sabe a qué familia pertenece ni dónde se alojan los recuerdos de la maquinaria mayor. Pero la voz se preguntó por su capacidad de amar. Fugaz intento el del ser humano en su diferenciación de la máquina. Pienso en Blade Runner y los replicantes y la amenaza latente de ser aquello a lo que temes. U odias. Aquello que quieres ver morir.
“Por nuestros ojos seremos proyectados” (p.23) dice el hablante, en un gesto de apertura a la simultaneidad de existencias, presencia postapocalíptica de la virtualidad. Universos afectivos en los cuales la violencia no es un estado de excepción, sino que el germen de un modo de operar y de ser en el mundo. De allí que la voz insinúe al lector que el apocalipsis es ahora y tenemos sangre en los bits de nuestros ojos, pólvora en las raíces profundas del lenguaje, y debemos cuidarnos, ¿de quién? ¿Seré yo el replicante? El peligro es inminente. Si no nos cuidamos, “matarán nuevamente a Lorca” (p.23). Sea ese verso, acaso, un saludo a la bandera a la humanidad que queda, todavía, entre los restos de nuestra avatarizada imagen: la certeza de escribir contra la muerte.
“Uno seremos con el incendio, / luego” (p.89) dice la voz poética, y es en la escritura donde nos veremos arder. Respóndeme, por favor, si has visto la tristeza de una máquina. Si en el retorno del viaje hallaste compañía y si en el texterritorio las máquinas aprenden a llorar. Y si, después de todo, la palabra fue suficiente para resistir en el universo post apocalíptico del presente.
Referencias
Chamayou, Gregóire. Santiago: Editorial tresquince, 2020.
Inostroza, Argania. Santiago: Ediciones Delakostra, 2022.
Vial, Maha. Valdivia: Editorial Kultrun, 2007.