Mucho se murmuraba entre las sombras respecto a El Club, la quinta película de Pablo Larraín. Sin embargo, poco se sabía de su producción, la cual se grabó en poco más de 3 semanas en apartados lugares de la sexta región, y los enigmas no hacían otra cosa que acentuarse más si las noticias que llegaban solo eran polémicas fotos del Cardenal Errázuriz abrazando el Oso de plata de la Berlinale, cuando en realidad no toleraba semejante película. Este último largometraje de Larraín, es quizás el más fragmentado o incompleto, si de lo que queremos hablar es de cierto pasado reciente de Chile. Gran parte de lo desagradable que pueda parecer la película, para algunas figuras de la Iglesia o la parte más conservadora de la sociedad chilena, está en ese pasado no-situado, y de ahí quizás su potencia para ser incómoda en el presente y alejarse un poco de las últimas producciones de Larraín, ancladas sobre todo en el contexto político de la Dictadura.
Cuatro curas castigados por la Iglesia han sido enviados a una solitaria casa a cargo de una cuidadora en la playa de la Boca. La historia comienza con la llegada de un Quinto cura que trae consigo no solo su culpa, sino también la victima misma de sus actos. El argumento principal, en apariencia, es el retiro y la penitencia de aquello que no sabemos y que tampoco se devela completamente en la película. Lo cierto es que el relato de Larraín juega con el problema de la redención desde lo anónimo, donde la culpa no es sino aquello indecible y el perdón está en el castigo de un exilio jamás asumido. El gesto de Larraín no es develar algún secreto oculto de los crímenes de la Iglesia Católica, ya sea sobre abusos sexuales o derechos humanos, sino más bien jugar con el secreto mismo, con la práctica de ese secreto en su cotidianeidad desconocida. De esta forma el papel de la Iglesia se cuestiona no desde lo que hizo, sino desde como lo hace y su significado. El lugar que ocupa la ficción es precisamente imaginar esos no-lugares que la Iglesia esconde en la realidad. El ejercicio que impone Larraín no es de juzgar, sino más bien de hacer emerger lo inexplorado de la política eclesiástica. El Club es el lugar de la excepción de los culpables, desde donde rehacen comunidad desde el silencio y lo clandestino, con el permiso de la institución eclesiástica. La impunidad entonces es un lugar donde se calla y se esconde El Club, que no es otro que la imagen de la misma Iglesia.
Por Felipe Olivares.