El colectivo artístico transdisciplinar Capra Arte Colectivo (Macbeth o El viaje del Poder y Federico todos los muertos), este noviembre de 2020, estrenó, a través de las plataformas de Teatro del Puente, Anatomía de una cabra, un video artístico experimental creado durante el encierro, en reemplazo, en vistas de la situación actual, de una obra presencial. Pero no se trata de una obra teatral a la que se le hizo un registro para que el público pudiera verla desde la comodidad de sus hogares. Es más bien una experiencia de creación que se modificó y surgió a partir de la necesidad de seguir haciendo arte y tener que hacerlo de manera virtual y a distancia, lo que posibilitó este formato híbrido, heterogéneo, donde texto, música, fotografía, ilustración, citas, actuación, extrañeza y un poco de humor, forman un embrollo oscuro y confuso, en el cual la cabra, como divinidad demonizada, aparece como símbolo constante y reiterado de ritualidad y utilitarismo humano.
En una época en que, debido a la explosión de redes sociales y aplicaciones en celulares, todxs pueden ser artistas, cineastas, fotógrafxs, ilustradorxs, cómicxs, diseñadorxs, entre otrxs, hacer este tipo de video experimental puede no llamar mucho al interés. Personalmente, creo que lo que lo diferencia en su efecto final sobre el público, sin embargo, es su proceso de creación, un proceso colectivo, pero a la vez individual. Cada unx de lxs artistas que conforman el grupo – no todos necesariamente actores, sino también músicos y diseñadores – tuvieron que crear un material desde sus territorios, el cual se juntó y revolvió en el caldero mágico de la edición y el montaje. Esto provocó un video que me recuerda un poco la confusión y el surrealismo de Un perro andaluz (1929), el famoso cortometraje de Luis Buñuel en colaboración con Salvador Dalí; la provocación de las ilustraciones y la música de The wall (1982) la película de Pink Floyd; y la terrorífica extrañeza de las obras de David Lynch.
A partir de esos referentes, me parecen destacables varios elementos a los que se le teme o el público le tiene resquemor en el arte. Uno, y quizás el más importante, es la no-linealidad. Es decir, y en palabras de Manuela Infante, que no se atenga la obra a la narrativa del cazador, o la narrativa aristotélica, una fórmula que ya todos los espectadores conocemos y que esperamos en el momento en que nos disponemos a ver cualquier tipo de espectáculo. Es la forma más reproducida, además, por plataformas como Netflix. Anatomía de una cabra, debido a su mismo proceso de creación, está hecha de fragmentos informativos que se mezclan. Uno o dos poseen una linealidad lógica que se retoma entremedio de los otros, pero ni siquiera alcanzan para decir que alguno constituye un relato, sino a lo más, el atisbo de una situación, a excepción de la fábula de los dos hermanos y el sacrificio caprino.
El segundo elemento, que se desprende de este anterior, es la incomprensión del mensaje. Mientras veía el video, el día de su estreno (viernes 20 de noviembre 2020), intentaba concentrarme para poder descifrar cualquiera fuera el mensaje que me estuvieran dando y completar el círculo de coherencia que se espera de toda obra. En ese ejercicio por parte del espectador, hay un esfuerzo que puede resultar molesto. ¿Por qué no estoy comprendiendo? ¿Seré muy tonto? Y no es que el lenguaje presentado sea muy académico o intelectual, es que no estamos acostumbradxs a que nos entreguen el poder de interpretabilidad de la obra, o simplemente a que jueguen con símbolos y órdenes no canónicos frente a nosotrxs. Estamos acostumbrados a que nos respondan preguntas en lugar de que nos surjan, porque en el primer caso somos espectadores pasivos y nuestra mente y sensaciones pueden descansar, dejarse fluir, mientras que en el segundo caso hay un gasto de energía que parece no corresponderle al arte; ¿no está hecho el arte y el espectáculo para olvidarme de mis preocupaciones?
Un tercer elemento es la falta de suavidad o belleza. También se relaciona con la falta de claridad en el mensaje, pero desde un punto de vista estético. Todas las imágenes que se presentaban en el video eran poco claras, ninguna en la lisa y poco peligrosa calidad del HD, sino más bien algo que recordaba los viedoclip musicales del los 80 y 90s, ángulos y encuadres que no mostraban ninguna totalidad, sino solo partes y superposiciones de imágenes. En este sentido, dentro de las energías del origen del teatro, divididas por Nietzsche en el Origen de la tragedia entre apolíneas y dionisiacas, las presentadas aquí estaban, indiscutiblemente, inclinadas hacia lo segundo. Hoy, acostumbrados a la suavidad del HD, de lo amplio, lo claro y lo bello, este video se contraponía con lo oscuro, lo enrevesado, lo súbito.
Entonces, más allá de si esta obra de arte nos gusta o no, puedo decir que es una obra que cumple con uno de las finalidades, a mi ver, más importantes del arte: sacarnos de la costumbre. Nos despierta, no importa si de forma agradable o desagradable. Nos llama la atención como si se tratara de un conjuro. Esta obra nos cuestiona mediante la muestra de una ritualidad en torno al concepto de la cabra, del chivo expiatorio, del sacrificio e intenta asustarnos y despertar nuestra curiosidad por este animal extraño que se aferra a los bordes, que se parece al dios Pan, a Dionisio, al Diablo, un animal que, a diferencia de la oveja, amable, esponjosa y obediente, propia del rebaño cristiano, se escapa rebelde y busca otras posibilidades entre los acantilados del saber.
Sigan en sus redes a @capra.artecolectivo para enterarse de más creaciones y salir de la esfera canónica del arte capitalista.
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Ficha artística
Dirección: Cristián Aros A. & Soledad Figueroa R.
Creación audiovisual: John Álvarez, Álvaro Cisternas, Natalia Elgueta, Pedro Gramegna, Rodrigo Henríquez, Elica López, Jorge Ortiz, Francisco Suárez.
Edición y asistencia de dirección: Mario Vernal V.
Intervenciones musicales: Cristián Aros, Soledad Figueroa y Francisco Suárez.
Producción: Daniela Eichin Q.