La edad de los árboles (2017) de Kütral Vargas Huaiquimilla (ver biografía al pie) es un libro híbrido que incluye poemas y prosa poética. Desde esta heterogeneidad estilística, que define la obra de Kütral (ver Nostalgia de un futuro animé mapuche), propone un juego con los límites, puesto que la indeterminación y la renuencia a la totalización se aprecia desde el aspecto formal, a lo temático propiamente tal. Porque la presencia del fuego en La edad de los árboles se muestra, también, como un elemento que irrumpe en la vida del sur de Chile indistintamente de los tiempos y los cuerpos. Es un mecanismo de asedio, que leeremos como elemento fundante del poder y la violencia ejercida sobre nuestros territorios, en el sur del sur.
Es una escritura que indaga sobre la vida de múltiples cuerpos (que se encuentran bajo un mismo nombre, Francisco y Francisca). El escenario general del libro es el bosque en llamas, dentro del cual irrumpen las voces poéticas, inmersas en escenarios de catástrofe. En el libro se realiza un recorrido por la historia de Chile y enfatiza en múltiples momentos en los que el fuego se presenta como elemento primordial dentro de la narrativa de la nación. La edad de los árboles comienza describiendo la persecución de los araucanos que se escondían en los bosques del sur de Chile, ya sea para protegerse o para tender una emboscada. Describe cómo, durante siglos de guerras, se promovió la devastación de miles de hectáreas del sur, con la finalidad de facilitar el acecho a las comunidades mapuche. Posteriormente, hace mención a la práctica colonial de incendiar los bosques con el fin de ahorrar el trabajo de cortarlos para tener nuevas tierras. Luego, los textos rondan las temáticas de la vida precaria en las mediaguas, casas sociales instauradas en el sur de Chile con la implementación del neoliberalismo y las amenazas constantes de incendio para quienes viven rodeados de empresas forestales.
De este modo, se dibuja un devenir de la nación a partir del fuego, como modo de perpetuar la violencia sobre comunidades indígenas y sectores más pobres de la sociedad. Las voces poéticas de La edad de los árboles viven en la fase contemporánea en lo que al uso del fuego refiere. Por un lado, como modo de eliminación material de sus vidas, y, por otro, como modo de precarización de sus existencias debido la administración de los bosques a manos de empresas forestales.
En el texto las múltiples voces poéticas identificadas bajo el nombre de Francisco/a reconocen una sensibilidad e historia compartida que posee profunda relación con el devenir del territorio en el cual habitan. De este modo, se produce la identificación de las voces poéticas entre sí (el modo en que paulatinamente se funden) y, además, con los lugares (tierras y construcciones) que ocupan, caracterizados como escenarios de desastre.
En el poema “Pino Radiata”, por ejemplo, la voz poética dice: “Siga yo escribiendo tu nombre que es igual al mío. Escribí un corazón con la letra F para hablarnos y arder” (Vargas, 2017: 23). Propongo, a raíz de dichas identificaciones, que la voz poética posee una identidad que se encuentra con la de otros cuerpos, con quienes comparte la amenaza constante del fuego. En esta identificación, puede ser leído el establecimiento de un vínculo entre las diversas voces, las cuales van paulatinamente fundiéndose las unas sobre las otras.
O el poema “Pez”, que en parte dice: “Escucho a Francisca llorar ¡Francisco, por favor despierta! Llámame Francisca, así puedo ver con tus ojos (…) Golpeo frenéticamente a oleadas mi cuerpo, tu cuerpo y te miro” (53). Tal es la identificación entre las diversas voces, que algunos cuerpos emergen como ensoñaciones de otros, como extensiones de la propia conciencia en la que incorpora a los demás dentro de sí. Particularmente en “Pez”, la voz poética masculina deviene femenina y a través de ese reconocimiento, se eliminan las distinciones entre el cuerpo de Francisca y Francisco, a tal punto que al mirar su cuerpo, mira también el cuerpo de la otra voz. O, dicho de otro modo, las voces poéticas intervienen las unas sobre las otras, entran en contacto a tal punto que las distinciones entre el tú y el yo se desdibujan hasta conformar un mismo cuerpo.
En la incorporación de múltiples identidades en el nombre propio, se pueden iluminar ciertas formas de interdependencia entre los cuerpos, lo que dotaría al nombre propio de un carácter plural. En otras palabras, el nombre propio evoca colectividad al desvanecer los límites entre los cuerpos. “Cuando crecimos/ conocí tu cuerpo en el mío” (23) señala la voz poética, como modo de dar cuenta del desdibujamiento de las individualidades que he señalado.
En “Pino Radiata”:
Se tatuó en mí, el designio de mi pueblo. La profecía del robo y la usurpación llegaría un día desde un norte que ardía en deseos por oro. El deseo llegó desde un mar de filos, metal y pólvoras. Se tatúa en mí las violencias de los días en un bosque, donde veo las estrellas que escriben lentamente la música de mi escape. (43)
Destaco este fragmento del poema pues allí se evidencia una violencia que acusa la voz poética como parte constitutiva de su identidad. Su piel está marcada como con un tatuaje por una historia de vejaciones y usurpaciones que nos remonta al proceso de colonización y ocupación del territorio, comenzando con el lenguaje. Según Derrida (1996) el lenguaje es la primera violencia. Aquella “profecía del robo y la usurpación” (43) podría hacer referencia al proceso ocurrido en el sur de Chile, en el cual los denominados pueblos originarios se vieron despojados de tierra, cultura y dignidad por parte de los conquistadores europeos. Sin embargo, pese a que el dolor se impregna en su piel, no termina sólo en su existencia: no le pertenece exclusivamente. Sino, más bien, es una condición e historia compartida que vincula a todos los cuerpos que cohabitan aquel espacio.
Ahora bien, “las violencias de los días en un bosque” (43) exceden el proceso recién descrito y hacen referencia a ciertos aconteceres de nuestra actualidad, relacionados con el actuar de las forestales y multinacionales en el sur de Chile.
Se expone el modelo de las viviendas sociales utilizadas en los sectores rurales de Chile, las cuales constan de 18m² y son construidas a partir de material altamente inflamable. Sobre la representación, la pregunta “¿Cómo construir un hogar en medio de las llamas?” denota la precariedad de dichas construcciones. En este contexto las llamas pueden figurar crisis, lo que remueve al hogar del espacio de lo privado y se sitúa en el centro de lo público y lo político. Este peligro permanente en el sur de Chile está dado por la deforestación y la reforestación llevada a cabo a manos de las forestales y las multinacionales de la madera, a través de la generación de los denominados “bosques artificiales”. Éstos están constituidos de pinos y eucaliptus, que han reemplazado a los bosques nativos y contribuyen a la expansión del fuego y porque producen la sequedad de los suelos. Desde esta perspectiva, las “violencias de los días en un bosque” (43) (que en el poema “Pino Radiata” haría referencia al despojo colonialista), pueden ser extendidas y caracterizar el desastre actual del territorio del sur de Chile.
¿De qué modo se vincula esto con el problema del nombre propio que señalé? Justamente, en el nombre propio se aúnan los múltiples cuerpos que intentan construir un hogar entre las llamas y, aún más, se identifican con la materialidad de aquellas construcciones que habitan. En este sentido, la precariedad de las viviendas sería una condición compartida con los cuerpos de quienes las habitan.
En “Canchas”, por ejemplo, se señala: “Nada sucedía y todos nos fuimos secando de a poco y seguíamos diciendo; ¡dame agua por favor!” (21). Versos en los cuales la voz poética se refiere a sí misma, pero que podría funcionar también con los bosques que desaparecen en incendios forestales asociados a la deforestación y a la inflamabilidad de las casas de emergencia (o viviendas sociales) que son construidas luego de los desastres. De este modo, las voces poéticas se verían reunidas en torno a la precariedad, a la amenaza constante de la desaparición por el fuego. Precariedad que operaría como extensión de la materialidad en la que viven: bosques y viviendas, hasta constituirse en parte relevante de su propia identidad. Es decir, en este libro podría ser leída la comunión del cuerpo con las construcciones, como estructuras en las que estas vidas se expanden y que han sido cimentadas desde la precariedad, que las destina a arder como modo de desaparición. Desde esta perspectiva, las múltiples identidades que se aúnan en el nombre propio se reconocerían, también, destinadas a desaparecer. Desde esta premisa de lectura, las múltiples voces reunidas en el nombre propio se verían situadas del lado de los no seleccionados en la distinción entre vidas vivibles y vidas desechables. Si bien el hogar es entendido generalmente como el espacio privado, es en realidad una manifestación del espacio que estos cuerpos pueden ocupar dentro de lo público: la cantidad de espacio que pueden utilizar dentro de una geografía, las condiciones en que estas vidas se verán desenvueltas, de qué modo el poder acude ante ellos en la llamada de emergencia. La casa, por tanto, da cuenta de la precariedad en su aspecto performático: de las normas corporizadas sobre estos cuerpos que, al igual que la materialidad sobre la cual están construidas sus hogares, se encuentran destinados al rápido descarte.
De este modo, se dibujaría un devenir histórico de la catástrofe, que tiene como punto primigenio “aquella vez en el inicio” (43), en referencia al proceso de conquista española sobre los pueblos originarios. Prácticas de explotación que se mantienen hasta el día de hoy sobre estas vidas y estos territorios, esta vez, a manos del Estado. Sin embargo, el libro se resiste a la totalización en lo que refiere a la caracterización del despojo: éste ha tomado nuevas formas, se dibujan modos alternativos en el proceso de producción de precariedad, que sobrepasan las caracterizaciones relacionadas con el proceso de conquista, e incluye el avance de las forestales y multinacionales de la madera, que han perpetuado la amenaza permanente de incendio.
La frase que cierra el libro es “a este incendio sobrevivo, porque soy quien escribe después de la llama” (67). Emerge la figura del sobreviviente. Es quien sobrevive quien puede narrar, y en ese sentido, pone su voz, también, por aquellos que desaparecieron. Aquellos que no lograron llegar al momento de la escritura luego del incendio. Se dibuja de este modo, la escritura como un espacio en el que formular modos alternativos de existencia y la voz propia, como modo de dar cuenta de otras existencias.
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BIOGRAFÍA
Kütral Vargas Huaquimilla: joven poeta y performer mapuche-huilliche nacida en Calbuco en 1989. Ha publicado los libros Factory (2016) La edad de los árboles (2017) Su aparición pública ha sido notoria a partir de diversas performances realizadas en lugares públicos y privados. Ejemplo de ello es “Arte & Aseo”, trabajo que remite a la muerte de Margarita Ancacoy Huircán Así también, la instalación “Cosecha” en la que Kütral genera una réplica de perdigones disparados por Carabineros de Chile a los habitantes mapuche del territorio en conflicto. Este ejercicio incluye, también, el tatuado del cuerpo de la artista con las coordenadas de una constelación de perdigones realizadas por la artista visual y tatuadora mapuche-huilliche Kiyen Claverías Aguas. Así también, ha llevado a cabo performances y talleres en la ciudad de Valdivia.