Vengo de una familia de clase acomodada, pero sin apellido ni redes de contactos. De izquierda, con padres que no han sido jefes de nadie y que nos han enseñado, a mi hermano y a mí, a jamás juzgar, discriminar o a excluir a nadie por su género, por poseer algún tipo de discapacidad, por su orientación sexual, por su clase social, etc. Aprendimos a considerar justas muchas de las demandas sociales por cosas que nunca nos faltaron: educación, salud, vivienda, vacaciones, seguridad social, vivir sin deudas, entre muchos otros elementos necesarios y mínimos para tener una vida digna. El mínimo y un poco más de lo que todos en una sociedad justa e inclusiva deberían tener es lo que tenemos mi familia y yo. Con esta realidad a cuestas asistí al estreno de la última obra de la compañía teatral Bonobo, dirigida por Andreina Olivari y Pablo Manzi, en la que se cuenta la historia de una familia de clase media que, como muchas familias chilenas, ha logrado sostener una vida digna y acomodada gracias a su esfuerzo y al espíritu emprendedor de sus integrantes. Una historia con la que la mayoría de las personas que asistimos regularmente al teatro nos podemos identificar.
Esta típica familia chilena sostiene una empresa llamada “Noé” -como el personaje bíblico que salvó a las especies del diluvio universal- que está a cargo de tres hermanos y una hermana interpretados por Carlos Donoso, Guilherme Sepúlveda, Gabriel Urzúa y Paulina Giglio. “Noé” es la sucesora de la fallida empresa puesta hace años por el padre de la familia, interpretado por Gabriel Cañas, que llevaba el nombre de “Temis”, la diosa griega pre olímpica símbolo de la justicia y la equidad. “Noé”, que representa el cambio generacional, es una empresa eco amigable e inclusiva, dedicada a la fabricación de sifones a partir de material reciclado, que cuenta con un protocolo de inclusión que promueve la no discriminación dentro del ambiente laboral, una de las mayores preocupaciones de los hermanos. “Temis”, por su parte, es un tema tabú para los cuatro, frente a sus repetidas intenciones de ser empleadores justos e inclusivos, debido a que esta empresa tuvo un trágico final, causado por sus trabajadores organizados en contra de la explotación laboral y las injusticias cometidas por la jefatura, es decir, por el padre.
la estabilidad fraterna, económica y moral de la casa comienza a ser carcomida desde sus cimientos, poniendo en juego las conductas de cada personaje y los límites de sus discursos, dejando entrever las características salvajes de los clanes humanos y la fragilidad de la civilidad y lo políticamente correcto.
Con un célebre guiño a “Los invasores” de Egon Wolff, la historia de esta familia comienza a ser contada a partir de un robo ocurrido en la casa la noche anterior, que resulta ser la primera violación al hogar que todos conocen y cuidan. A esto se suma la inesperada llegada de una quinta hermana, interpretada por Marcela Salinas, de quien ninguno de los cuatro hermanos tenía conocimiento y que viene a remover los cimientos de la familia y su negocio, pidiendo ser incluida como una hermana más y revelando detalles de una vida mucho más desafortunada que la de sus nuevos familiares. Es así como la estabilidad fraterna, económica y moral de la casa comienza a ser carcomida desde sus cimientos, poniendo en juego las conductas de cada personaje y los límites de sus discursos, dejando entrever las características salvajes de los clanes humanos y la fragilidad de la civilidad y lo políticamente correcto.
A partir de esta historia, surgen dos conceptos que, desde mi punto de vista, se enfrentan en la obra: justicia e inclusión. Temis y Noé. Estas dos abstracciones no se encuentran aisladas. Contenidas dentro de la trilogía de obras compuestas por “Dónde viven los bárbaros” (2015), “Tú amarás” (2018) y “Temis” (2022), estas palabras van acompañadas por los grandes nudos del universo creado por Bonobo, que arrastra por los escenarios, tirada de los pelos, a nuestra civilización y nuestra manera de relacionarnos. Cuestiona nuestras democracias, nuestras formas de amar, de ver el mundo y de sentir, llenas de vicios ocultos y de excusas para no agraviarnos por vivir en una sociedad construida en base a prejuicios, discriminación, exclusión, violencia e injusticia con quienes vienen de fuera de sus horizontes. En esta última mirada al universo Bonobo, nos encontramos con que, por más referencias a la antigua Grecia que hayan incorporado, la trama no se resolverá con el recurso de Deus ex machina, con la diosa Temis bajando del cielo para traer la paz. La justicia que no llega, se disfraza de inclusión para darle tranquilidad a esta familia causante de las inequidades dentro de las paredes de sus propias empresas y de su casa. En este cierre de trilogía, nos volvemos a encontrar con dualidades presentadas previamente y que, podemos concluir, son el hilo conductor de las historias de esta compañía: la ciudadanía versus la barbarie; lo propio en contraposición a lo extranjero; lo conocido en oposición a lo exótico; los amigos y enemigos de las buenas costumbres, el orden y la civilización.
Para llegar a estas conclusiones, debo admitir que cada vez que veo una obra de Bonobo, temo que el resto del teatro escuche los engranajes de mi cerebro trabajando por dilucidar cada idea que brota del escenario. Pero todas las veces, irónicamente, salgo con la cara adolorida de tanto reír. No puedo dejar de destacar, por tanto, el humor ácido y las actuaciones geniales que lo hacen efectivo, y que son el salvavidas que nos lanzan los artistas para no salir llorando. En esta pasada, la sátira social fue un poco más cercana, un poco más dirigida y apuntada al grupo específico de personas sentadas en la sala Antonio Varas, a la gente que va al teatro. La mayoría, privilegiados “progre” que nos emocionamos con el arte y que defendemos el lenguaje inclusivo. Que no discriminamos a nadie por su género, orientación sexual, color de piel o país de procedencia. Que salimos a protestar por los derechos sociales, pero a quienes no nos falta ninguno. Allí, sentados en el teatro, nos reímos del cliché que somos y de nuestros eufemismos. Pero nos reímos también, aunque con nerviosismo, de los límites entre la inclusión y la justicia social. Sentimos que estamos en lo correcto hasta que la obra nos conduce a reírnos de los evangélicos o a sentir lástima por una persona que rompe en llanto por su miseria, pero que termina siendo también graciosa. El teatro de Bonobo nos obliga a sentirnos incómodos por estar de acuerdo con los hermanos injustos, pero inclusivos, cuando le ponen límites a su altruismo o no entienden las lógicas discriminatorias de otras clases sociales. Nos reímos, finalmente, de nuestras fronteras mentales y sobre todo, de la aporofobia que no queremos reconocer.
Al someternos a estos cuestionamientos de vez en cuando, nos damos cuenta de que los confines de nuestra ética son muros impuestos por la colonización que el occidente greco-latino, germano y católico hizo de América, así como por el neoliberalismo impuesto desde la América del norte. Al interior de estas paredes morales, la inclusión es lo que acepta, dentro de sus cánones, a las minorías. Es la cultura hegemónica incorporando lo diferente para que se adapte, no para que pertenezca, mucho menos para modificarse a sí misma. A esta polis no le conviene la justicia social porque significaría dar pertenencia al otro que se ha diferenciado desde dentro, sin conciencia y a causa de las injusticias de la propia polis. La dualidad esencial es la justicia y la pertenencia versus la inclusión y la adaptación. Lo más importante del planteamiento de “Temis” es que los antagonistas de la historia son aquellos valores que consideramos positivos, somos nosotros mismos y las cualidades más celebradas por nuestra conciencia social.
La realidad en la que nací y crecí, siempre me ha llevado a plantearme interrogantes con respecto a mi rol dentro de un sistema injusto. Si bien estas preguntas me las hago hace tiempo, viviendo esta experiencia teatral, me enfrenté a mis inquietudes siendo desnudadas en el escenario, como un espejo: ¿En qué medida somos agentes de la injusticia? ¿Para quién es violenta mi forma de vida, mi existencia? ¿Qué es lo justo y qué es privilegio? Por supuesto, el planteamiento de la dramaturgia de Pablo Manzi, una vez más, me dejó con más dudas que certezas, recordándome a mí y al público asistente que vivir en Chile es tan terrible como ridículo.
Ficha artística
Título: Temis
Dramaturgia: Pablo Manzi
Dirección: Andreina Olivari y Pablo Manzi
Elenco: Gabriel Cañas, Carlos Donoso, Paulina Giglio, Marcela Salinas, Guilherme Sepúlveda y Gabriel Urzúa
Diseño Integral: Los Contadores Auditores
Música: Camilo Catepillán
Producción: Horacio Pérez
Prensa: Fogata Cultura
Fotografías: Marcos Ríos
Co-producción con Espacio Checoeslovaquia
Proyecto realizado con el auspicio de Fondart