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El 11 de septiembre siempre será el del 73

El 11 de septiembre de 1973 fue martes. Como dijeron Los Tres, “un martes de horror” que se interpuso entre la alegría de las últimas lluvias invernales y la llegada de la primavera con sus cuecas y empanadas. Es un día transformador que se conmemora a pesar del tiempo transcurrido, porque la cicatriz de su violencia se encuentra visible en todo lo ocurrido en Chile desde entonces. Atraviesa nuestros cuerpos y nuestras rabias, nuestras relaciones e ideas. El poder de tantas voluntades unidas tras la maldad trajo cambios tan profundos que no podemos explicarnos a nosotros mismos sin ese día en la memoria.

El 11 de septiembre de 1983 fue domingo y no solo se conmemoró, se celebró.  De hecho, pasó a ser el día de la cuenta pública presidencial, reemplazando al 21 de mayo. En la cuenta de la gestión anual del gobierno, se conmemoró el “décimo aniversario de la Liberación Nacional” (sí, con mayúscula). Pinochet se dirige al país destacando que

“El histórico Pronunciamiento Militar del 11 de Septiembre de 1973, puso fin a la trágica experiencia marxista destinada a imponer en nuestra tierra un sistema totalitario, y respondió así al clamor generalizado de la ciudadanía, que exigía la acción salvadora de las Fuerzas Armadas y las Fuerzas de Orden”.

Sabemos, sin embargo, que el dictador hablaba exactamente 4 meses después de la primera jornada de protesta nacional en contra de su régimen, cuando “el clamor generalizado de la ciudadanía” comenzaba a volcarse en su contra y cuando Estados Unidos empezaba a quitarle el piso que, desde antes de la elección de Allende, se había puesto bajo los pies de cualquier golpista, no necesariamente él. Pero fueron él y sus secuaces quienes rompieron tanto la democracia, que no lograron conservar el apoyo del país más antimarxista del mundo. Diez años después del golpe militar, los cimientos del régimen comenzaban a resquebrajarse, conduciendo al resultado que ya conocemos.

Miniserie Ecos del Desierto. Fuente: Reproducción foto noticia

El 11 de septiembre de 1993 fue sábado. El país guardó silencio. Calló el presidente y se prohibieron las protestas convocadas por el Partido Comunista. Todos en silencio, excepto Pinochet. El entonces comandante en jefe del ejército no sólo gozaba de un sueldo pagado por todo Chile, sino que contaba con plena libertad de expresión para enaltecer mentiras y burlarse de la desaparición de las personas que su dictadura asesinó. Desde el Rotary Club, se dirigía a sus seguidores sin vergüenza alguna en sus palabras:

«Se actuó duro, pero no sólo el día 11 [de septiembre 1973], sino que fueron cuatro o cinco meses. Nunca quedaban heridos en el otro bando. Nosotros sí los teníamos. Curiosamente, sólo observábamos manchas de sangre. Entonces nos convencimos de que sacaban a los heridos o a los muertos y de que se los llevaban para no dejar huellas. ¿Que se pasó la mano? Bueno, estábamos en una guerra antisubversiva»

El presidente Aylwin respondió al día siguiente a través del ministro secretario general de gobierno que estaba muy “enojado” con las palabras del comandante en jefe. Y la iglesia pidió que se disculpara con los familiares de las víctimas de violaciones a los derechos humanos y llamó a quien tuviera pistas sobre el paradero de los desaparecidos, a colaborar con la justicia. A cuatro años del retorno a la democracia, los familiares de los detenidos desaparecidos, conservaban plena esperanza de seguir encontrando a sus parientes, como había ocurrido en 1990 con Pisagua o en 1991 con el Patio 29. ¿Habrán creído que algún día se apresaría al dictador? Ese mismo año se tramitó una ley para juzgar a los militares por sus crímenes en la que se les garantizaba una tramitación rápida y el total anonimato en su comparecencia ante la justicia. La ley fue retirada del congreso por el mismo Aylwin, porque obviamente, no contó con el apoyo del Partido Socialista. Pinochet también aprovechó su discurso sabatino para burlarse de aquello. Quizás por esos días algunos comenzaban a perder la esperanza.

El 11 de septiembre de 2003 fue jueves. Pinochet ya no era el de los discursos incendiarios. Había atravesado el temor ante el juicio internacional, vivido un pseudo presidio en Londres, acusaba problemas mentales propios de la vejez, pero se había puesto de pie al llegar a Chile luego de su infierno provocado por Baltazar Garzón. Llamaba, como el resto de la derecha, a olvidar los dolores del pasado. Faltaba un año para que se descubrieran sus delitos financieros y los de su esposa y un poco más de tres años para su muerte en impunidad.

El cuerpo de Salvador Allende siendo evacuado de La Moneda por Morandé 80

La mañana de ese jueves estuvo marcada por uno de los actos de memoria y reparación que habían primado en Chile desde los inicios del siglo XXI. Ricardo Lagos salió de la Moneda por la puerta principal, dio vuelta a la esquina, entre aplausos y pifias, dejando atrás la estatua de Salvador Allende inaugurada tres años antes, y caminó por la calle Morandé hasta la puerta numerada con un 80. La reapertura de la histórica entrada, por la que el cuerpo de Allende había sido sacado del palacio en llamas hace exactamente 30 años, fue un símbolo de lo que se vivía por esos tiempos. La ceremonia fue televisada, dando cuenta de la lógica de política de Estado detrás de las conmemoraciones. Parecía que por fin se estaba reconociendo el carácter injustificable del asesinato, la tortura, el exilio, el robo o la desaparición en pos de un objetivo político o económico. Aunque unos meses después, Pinochet negaría en una entrevista todo carácter dictatorial y criminal de su gobierno, poco le quedaba de validez a un debate de ese tipo. De alguna forma u otra, el gobierno y los medios trataban de dejar atrás el pasado, coincidiendo con la extinción paulatina de la figura del dictador.

El 11 de septiembre de 2013 fue miércoles. La política estatal en favor de la memoria de las víctimas ya era un hecho consolidado. Durante esa mañana, de la boca de Sebastián Piñera emergían conceptos como “momentos traumáticos”, “conmemorar y recordar”, “violaciones a los derechos humanos”, “fractura de la democracia”, “desaparecidos” y “reparación”. Mientras tanto, un contingente policial sin precedentes se desplegaba por la ciudad y en todas las poblaciones. Villa Francia y Lo Hermida acusaban excesiva represión por orden del ministro Chadwick. La memoria fue oficial, pero las velas y las flores de las velatones y romerías periféricas se apagaron con guanacos y bombas. La memoria popular no cabía en el Chile que fundó la transición y las concesiones de sus gobiernos. Por otro lado, diversas instituciones públicas habían comenzado a reconocer su papel, ya fuera por acción directa u omisión, como cómplices de la dictadura. Piñera asumió un rol central en la promoción y divulgación de estas confesiones, marcando de manera importante el cambio de discurso que ya comenzaba a circular en torno al carácter cívico-militar de la dictadura. En la conmemoración de los 40 años realizó actos significativos, más incluso que la apertura de una puerta, como el cierre del Penal Cordillera y el traslado de los militares condenados a Punta Peuco. Todavía en septiembre, Peñalolén vio salir a Manuel Contreras de su cárcel de lujo, dos años antes de su muerte, en un país que mostraba de manera mucho más transversal que hoy, un acuerdo en relación a los límites de la democracia y donde la población comenzaba a exigir cambios a los resabios del meollo neoliberal en el que nos metieron los militares y las instituciones cómplices.

Familiares de detenidos desaparecidos en el cementerio.

El lunes 11 de septiembre de 2023 viene cargado de discusiones negacionistas y justificadoras del golpe de Estado. La Unión Demócrata Independiente (UDI) tiene el descaro de publicar una declaración aludiendo a la inevitabilidad del derrocamiento de la Unidad Popular. Este 11 se parece más a 1993 que a cualquier otra conmemoración de una década más. Este Chile se parece más al de los años 80, con una flamante Constitución que no pretende ser cambiada, con espacio en los medios de comunicación para los discursos de odio más aberrantes, con la sensación de haber sufrido una derrota a manos de quienes detentan el poder económico y de las fuerzas de la represión estatal. Las nubes cubren el cielo y llueve porque no hay primavera posible en el país que rechazó su propia dignidad. Gabriel Boric pide disculpas, ya ni sabemos por qué.

El domingo 11 de septiembre de 2033 habrá personas de 70 años recordando aún el día en que se llevaron a su hermano mayor, a su madre, a su abuelo, a su profesor. Personas de 80 años recordarán la desaparición de su pareja, de sus colegas o de sus amigos y amigas. Personas de 90 años seguirán viendo las cicatrices invisibles de las torturas a las que fueron sometidos y que su longevidad no ha podido borrar. Los hijos, nietos y bisnietos de todos ellos seguirán viéndoles soportar, sabiendo que pronto no quedarán sobrevivientes, testimonios vivos, y recordarán los días en que juntos albergaron la esperanza de un cambio que no llegó. A 60 años del golpe ¿seguirá todavía todo igual? Como en el calendario de Alfredo Jaar, ¿hasta cuándo el 11 de septiembre seguirá siendo el del 73? 

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