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Entrevista a Martina Pedreros: “Volver a lo elemental porta una calma dignificante”


Estado Bisagra, por Tinta Negra Microeditorial, es el reciente libro de la escritora, gestora cultural, educadora, editora y creadora audiovisual Martina Pedreros, residente en Valdivia. Martina es una artista multifacética participante del colectivo gráfico Club de Estampa y del colectivo de arte menstrual Tejido Conectivo Líquido. Además, es directora del proyecto audiovisual Ramo de Rudas, serie sobre escritoras del territorio. 

Martina ya cuenta con un poemario titulado  Elemancia (2018) y ha sido antologada en libros de narrativa y poesía, además de revistas, fanzines y medios digitales. Desde el año 2020 edita y codirije el proyecto microeditorial Tinta Negra en Valdivia.    

Estado Bisagra ha sido financiado por una Beca de Creación del Fondo del Libro y la Lectura 2021 y nace en territorio Valdiviano, pero antes de ello, nace en el mundo onírico que habita su autora. A la vez, podríamos decir que es canal conectivo de su anterior libro Elemancia (2018) proyecto que involucró manufactura artesanal y biodegradable haciendo de la escritura una materialidad capaz de cruzar diversas formas o “estados”. Es así como nos comenta sobre inicio de este misterioso libro.

1. Martina ¿Cómo inicia este proceso escritural? ¿Existe un punto de inflexión que genera este nuevo trabajo luego de tu primer libro Elemancia?

Creo que está bastante articulado el proceso de escritura de Estado Bisagra con Elemancia. Algunos textos del último libro comencé a escribirlos en simultáneo con los últimos que incorporé en Elemancia, así que de alguna manera hay una bisagrita articuladora entre ambos libros. Creo que no logro distinguir cuándo comienza el proceso de escritura de uno y cuándo termina el otro, pero sí noto que hubo un momento en que tuve que distinguir que había un ciclo emocional-afectivo-perceptivo que era necesario dar forma en el primer libro, un poco desde la urgencia personal de cerrar un periodo creativo. 

En el caso de Estado Bisagra, quizás fue un poco más acumulativo el proceso y muy abundante en cantidad de textos, por lo que el ejercicio de selección, de edición, de reescritura, fueron dando lugar a la conciencia de que había un corpus textual que tenía una unidad. 

Si bien su escritura inicia en 2019 este proceso escritural se encuentra con la pandemia y el impacto a nivel emocional y creativo genera sus propias formas y estrategias para sortear el encierro y las nuevas posibilidades. Cambiando incluso sus ciclos de sueño.

2. El confinamiento pandémico muestra su influencia en la escritura de Estado Bisagra. ¿Cómo impactó esa experiencia en los temas y la forma en que estructuraste el libro? 

La sensación de fin de mundo y de desconexión generaba una ansiedad y necesidad de cuerpo muy fuerte, pues parecía ser que solo la mente llegaba a ese espacio virtual donde la mente se proyectaba en colectividad. 

El insomnio me trajo una doble jornada laboral: de día intentando hacer la vida del encierro, en la noche buscando un afuera inalcanzable y conectando sin parar realidades y personas. La escritura llegó para fijar un poco eso, para hacerme bajar la mente al relato, y el relato me traía al cuerpo, como un anclaje esencial para no perderme. Creo que el replanteamiento de la escritura de este libro es ese, es la imagen, la sensación corporal, la purificación del lenguaje para intentar ser lo más fiel posible al residuo corporal que queda del soñar, que de alguna manera es una aproximación que sirve para todas las dimensiones del sentir y del experimentar y codificar con la mente: tuve que traer todo al cuerpo para no perderme en lo etéreo, lo sutil.

3. La materialidad del libro desde la encuadernación artesanal con ensambles de bisagras realizado entre el equipo de Tinta Negra y El Club de Estampa, hasta la risografía y la cianotipia parecen ser un acto que empodera al texto de un cuerpo que logra ocupar la realidad tangible, dando un espacio al lector para habitar la experiencia onírica abierta a lo colectivo. 

¿Qué importancia tiene para ti la relación entre el contenido poético y los procesos artesanales involucrados en su manufactura?

Bueno, creo que, así como el cuerpo es el vehículo de esta experiencia encarnada, el libro lo es para su contenido. Pensar el cuerpo del libro fue algo muy orgánico, creo que se fue dando desde cruces sincrónicos de disciplinas e investigaciones con las compañeras con las que trabajo y creo a diario. La cianotipia es una metáfora hermosa respecto a la luz. A diferencia de lo que sucede con el revelado fotográfico en la oscuridad, la cianotipia ocurre gracias a la luz UV, que deja ese quemado contra el azul resultante. Sentí muy fuertemente que eso es lo que ocurre al despertar, algo se quema y algo de residuo queda, y es también una impronta fantasmagórica que se va disolviendo, pero que deja una reminiscencia que repercute en el cuerpo y la psique. El azul, a su vez, color celeste, color del agua, es vida y es claridad, aporta una calma que buscamos al dormir, una restauración muy sagrada y sabia. Tanto el imprimir en riso como la cianotipia implican mucha repetición, encuadernar uno a uno también es una repetición donde entra el tedio, pero llega a un límite meditativo, y eso creo que es un acto performático muy bello y que también se aborda temáticamente en el libro. Y bueno, las bisagras como dispositivo conector de los cuadernillos son una redundancia hermosa y preciada y que presenta al libro como puerta.

4. El sueño y el cuerpo son dos ejes fundamentales en tu obra. ¿De qué manera crees que los sueños afectan la memoria y nuestra percepción de la realidad cotidiana, y cómo intentas reflejar eso en la poesía de Estado Bisagra? 

Dormir, descansar, el cuerpo en reposo y entrega, son parte fundamental de la vida. Es un tercio de la vida que nos lo pasamos en ese estado, y todo el cuerpo sabe dormir, tiene una función y lo necesita para su salud. Es maravilloso lo que ocurre al soñar, pues también asoma el contenido subconsciente, el contenido simbólico colectivo, aparecen miedos, deseos, anhelos, resoluciones. Es un espacio increíblemente creativo y, como no estamos en un estado de conexión con la improductividad, no vemos en ese lugar una posibilidad de lectura de nosotras mismas. 

Recordar los sueños, ya es un entrenamiento, al menos en este presente en esta cultura. Sin duda, en la medida que exploramos más intensamente el entrenamiento de recordarlos, de escribirlos, de contarlos, más atención prestamos y más detalladamente podemos codificar lo que percibimos soñando y al despertar. Pero eso depende de muchos factores, y no siempre la vida que llevamos lo permite. Ya el despertar con alarma modifica enormemente ese momento transitorio del salir del sueño para entrar a la vigilia, lentamente, como atajando lo vivido en la noche. Eso es, en parte, uno de los estados bisagra descritos en el libro, ese momento en el que se intenta aprehender un estado que comienza a perderse ya en el momento de ponerle palabras. A su vez, el ponerle palabras es una transferencia que lo fija y que me permite recordar y acceder a la imagen o a la sensación de lo soñado. 

5. El libro se centra en los sueños y siendo martina habitante de Valdivia que en el imaginario nacional se piensa como un territorio fértil, esto es contrastado en cierto espacio del libro como en  «Zonas de sacrificio», poema que aborda reflexiones políticas que se leen íntimas y a la vez colectivas ¿Cómo concibes la relación entre lo íntimo y lo político en tu escritura? 

Creo que la idea de “estado” que aparece en el libro es muy amplia, también por esta sensación intrusiva del Estado con mayúscula en nuestras psiques, sobre todo en ese quiebre fulminante del Estallido Social con la pandemia. Creo que el dolor de la injusticia social, de la responsabilidad de nuestra especie respecto a los abusos sobre la naturaleza, esa soberbia domesticadora, y el absurdo de vivir una “pandemia” que nos hizo temer tanto de la otredad, de las otras especies, de todo lo “exterior”, nos devolvió también lo iguales que somos. Es rara esa necesidad gregaria de sentirnos parte, incluso cuando somos tan repulsivos. En ese sentido, creo que lo íntimo, esa vulnerabilidad que nos permitimos con tan pocas personas debe ser colectivizada para “humanizarnos”, en el sentido de reconocernos como seres sufrientes. 

Esa idea de la ley del más fuerte como principio evolutivo es una convención humana que justifica nuestro propio sistema capitalista perverso, pero la naturaleza es cooperativa, ante todo, no hay desperdicio en ella ni acumulación. 

Escribir sobre el dolor de vivir en un sistema que arrasa cobra principal sentido desde este territorio altamente fértil y abundante y, por lo mismo, muy preciado económicamente. Creo que eso se replica en todos los territorios donde abunda la vida, y es donde más se busca mellar a su población, empobrecerla, privarla de una identidad colectiva. Inevitablemente, el universo creativo se nutre de ello, y entonces ya no escribo solo por mi percepción, sino que siento que es un tono de muchas personas que compartimos una sensibilidad por la vida, que es algo universal porque es el sistema primario del que venimos y al que pertenecemos, antes que, a la familia, antes que a la sociedad.

6. La lírica en el libro habita intersticios, territorios desconocidos que has traído a la superficie desde márgenes entre lo real y lo onírico. ¿Cómo ves el acto de escribir como una forma de habitar esos estados liminales y qué descubriste al hacerlo?

Qué difícil responder esta pregunta. No tengo una respuesta clara, es muy sensorial la experiencia de lo liminal y creo que no se acaba nunca. Sigo leyendo poemas de este libro sin entender cómo lo escribí, y otros tengo muy nítida la sensación que traía encima al momento de necesitar escribirlo. De alguna manera, creo que escribir poesía es una forma de canalizar, y poner a disposición la palabra para dar forma a imágenes, sonidos, sensaciones, temperaturas, texturas, acciones, que realmente en el plano de la vigilia y de la plena conciencia no podrían tener lugar. En ese sentido, la poesía, para mí, en este momento es volver prosaico algo extracotidiano, es buscar anclar algo super inasible. A veces, también, prefiero que eso inasible se quede en el cuerpo, en ese presente, y no ponerle palabras, y ese gesto de desapego también es muy hermoso y me libera de esa pulsión registradora que a ratos me posee, pues es agotador y demasiado ambicioso el querer llegar a esa fijación.

7. Un texto que nos lleva a la profundidad de un agua que de pronto se ilumina haciendo que el contenido cobre una fuerza casi inasible. ¿Por qué te resulta tan importante trabajar con estos elementos y qué simbolizan para ti en la creación de Estado Bisagra?

Creo que la metáfora de la vasija es algo recurrente en el texto. La idea de que el contenido siempre es el mismo, el contenedor cambia y en ello también la forma que toma. Todo es un poco lo mismo, y en eso lo dúctil es predominante, como lo es el agua, el vacío, la luz. 

La vasija vibra llena, pero también dada vuelta. La luz en el vacío… Las formas llenas, lo que se ahueca para recepcionar. Creo que ese juego de polaridades y complementariedades es un alivio, de alguna manera vuelve todo más maleable, que se volvió algo sumamente necesario para mí en esos tiempos de confinamiento y escritura, donde el mundo se volvía un espacio inhabitable. Volver a lo elemental porta una calma dignificante.

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