En una entrevista concedida a la revista Play Boy, el escritor chileno Roberto Bolaño declaró que las cosas que más lo hacían reír y llorar eran las desgracias propias y ajenas. Para quienes anden en busca de una sensación así, la película Ángel de la muerte, del trío de directores compuesto por Marco Pereira, Florencia Mellado e Ignacio Carcavilla, podría no sólo hacer que los espectadores se identifiquen al punto que se retorcerán en carcajadas cada vez que se reconozcan, sino que también cuando estos se desencuentren en la brillantez de sus acciones y diálogos más absurdamente incorrectos. El largometraje se presenta desde el principio como una obra que invita al espectador a poder traducirla. La estética y el ambiente de todo el filme nos hacen sus primeros guiños en la parte de los créditos, que a primera vista parecen ser sólo un recurso escogido con el fin de justificar su propia precariedad a partir de la burla, sin embargo, la tipografía y animación escogida nos alertan que podríamos estar en presencia de una audaz y original defensa a la peyorativamente apuntada generación de los milenials.
Para articular su propuesta, los tres realizadores no sólo se limitan a guiar la historia gracias a la aparición de diversos referentes de la cultura Meme imperante en el ambiente digital chileno y en el de gran parte del mundo, sino que también mediante una revisión de las conductas de muchos de los usuarios activos de las redes sociales. Sobre esta base, los autores construyen el relato que poco a poco va revelando una de sus presuntas intenciones: derribar los límites entre el juego y el lenguaje audiovisual.
Ángel de la muerte nace a partir del montaje y la unificación de los siete capítulos de la webserie llamada Nano el nano, la que tenía por argumento la presentación del primer asesor del hogar hombre del país. Este primer título puede incluso leerse como una parodia a los que, si bien desconocen el carácter reivindicatorio del feminismo, desdeñan contra este y lo etiquetan como una forma de abuso homologable al machismo, en donde los hombres serían los principales afectados. El pionero de los nanos en esta parte de la cordillera, formula a través de acción, aventuras, alter egos y rebuscadas conspiraciones, una inusitada respuesta a la ignorancia de muchos hombres que viven desprovistos de la conciencia de sus propios privilegios.
Ángel de la muerte nos muestra en principio una historia simple que conforme avanza se va complejizando. Modelo clásico dirán algunos, pero el fuerte de la película es el constante uso de referentes de la cultura pop reconstruidos en función del original y muy buen sentido del humor que robustece a esta obra. Así, en algunos episodios del relato, los personajes parecieran estar haciendo tributo a reconocidos héroes de películas de acción, aunque siempre fieles al código parodia que caracteriza a todo el filme. Por ello Vincent Vega, Rambo, cualquier papel de Chuck Norris o del primer Clint Eastwood, se reconocerán en su versión posible en el universo de Ángel de la muerte.
La película apela a la formación de una nueva identidad chilena, la que incluiría dentro de su generoso panorama, el consumo sin culpas de drogas, la fe en Pedro Éngel, o cualquier otra construcción de la cultura pop chilena, siempre al alero de entender el humor como una forma de resistencia al sistema dominante.
Somos el tercer país de Latinoamérica que más consume cannabis, y en ese sentido Ángel de la muerte también saca sus créditos al utilizar la marihuana como parte trascendental de su historia. Primero sólo de manera estética, para luego volverse cada vez más importante en el aspecto argumental. Aquí llegamos a otro de los grandes triunfos de la película, pues se aleja categóricamente de las caricaturas en las cuales suelen construirse los personajes en su relación con esta droga en la escena cinematográfica hegemónica.
Como ya se ha dicho antes, el aspecto más contundente de esta obra es su humor. La película apela a la formación de una nueva identidad chilena, la que incluiría dentro de su generoso panorama, el consumo sin culpas de drogas, la fe en Pedro Éngel, o cualquier otra construcción de la cultura pop chilena, siempre al alero de entender el humor como una forma de resistencia al sistema dominante. Todo ello con el fin de asegurarle a los espectadores que los únicos bostezos posibles serán los provocados por la falta de sueño.
Y fuera de todo pronóstico, cuento repetido puede no salir podrido, si es que este se mira desde un cristal creativo. Fórmula que utilizó el trio de directores para hacerle un tributo a quizá uno de los chistes más famosos de Latinoamérica, que en su versión de un chileno, un peruano y un argentino es tratada dentro de un contexto en que jamás hubiesen imaginado pronunciar ni Sandy (que era un humorista boliviano) ni Dino Gordillo. Ni en sus mejores (o peores) momentos sobre el escenario de la Quinta Vergara.
Ángel de la muerte es un gran riesgo en el contexto de una escena nacional que dentro de los últimos años ha dado a luz a grandes realizaciones, las que han logrado no sólo muy buenas críticas, sino que también no despreciables cifras en cuanto a taquilla. Entre 2013 y 2017 CORFO apoyó iniciativas que lograron recaudar cerca de 10 mil millones de pesos, gracias a invertir menos de la mitad del dinero entre financiamiento público y privado. Uno de los principales obstáculos que deben enfrentar los realizadores nacionales es el financiamiento, el que muchas veces pone freno a la creatividad de varias producciones chilenas. La propuesta de este largometraje es resolver mediante el autofinanciamiento (cero pesos según los propios autores) y su estética precaria los problemas presupuestarios y ofrecer de este modo a los espectadores un adictivo bocado del que solo podrán degustar quienes superen los prejuicios que podría generar su no convencional envoltorio.
El ángel de la Muerte, 2017
Marco Pereira, Florencia Mellado e Ignacio Carcavilla