Mala Junta (2016) de Claudia Huaquimilla sin duda nos entrega una obra completa en términos visuales y sonoros. Una cruda verdad al momento de hablar de una infancia que se ve rodeada por el abandono, repleto de violencia generada por un estado que dice protegerlos.
Pasamos por bellos planos generales que nos posicionan en una comunidad en resistencia, hasta planos detalles que nos acercan a un pueblo que reclama lo suyo y nada más. Nos acompaña un sonido que nos termina de envolver en los territorios en disputa, en el sentimiento de indignación y en el miedo de estar siendo pasados por encima, por una maquinaria que debería proteger los derechos humanos. Así nos coloca la directora para una historia más profunda que sucede dentro de todo esto que pareciera un caos.
La situación gira en torno a la violencia, pero una en particular: la que se vive desde la infancia cuando tu origen está en vulnerabilidad. El Tano, sumergido en un ambiente de delincuencia y de constante abandono -tanto por sus padres como por el estado-, termina conociendo al Cheo. Este personaje es un niño tímido de una comunidad mapuche que no solo vive la violencia que ejecutan otros niños hacia él por su origen, sino que además, a su corta edad, ve la peor cara de la represión de un estado violento y dispuesto a matar. Ambos personajes generan un lazo de confianza construido solamente para compartir ese dolor y abandono, lazo que no es aleatorio sino que es un lazo que todos los oprimidos deben generar. Mientras el estado ejerza esos niveles de violencia, la única ayuda que encontraremos estará con la clase popular.
Por Sebastián Salas