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Poeta chileno: familiastras, padrastros y otras heridas costumbristas

Al fin el escritor chileno Alejandro Zambra decidió regalarnos una novela más larga. Fue lo primero que pensé al tener entre mis manos Poeta chileno. Esta novela, publicada en medio del año pandémico 2020, es hasta ahora su libro de mayor extensión.

Era un viernes por la tarde y, como toda bibliófila que estudió literatura, decidí partir a la hermosa biblioteca pública de Austin, Tejas a explorarla y leer un ratito. Fui con la idea de pedir algún libro de Murakami, Yoshimito o algún otro autor japonés que no conociera. Recientemente me había terminado la breve y bella pieza de Murakami, Sputnik, mi amor y quedé con ganas de más. Estaba explorando la sección de libros en español bajo la ‘y’ y cuando ya se acababan, seguían tres libros vecinos ahora bajo la ‘z’. Tuve la alegría de encontrarme con Poeta chileno, al lado de los libros de Yoshimoto y otros autores compañeros de apellidos. Ese gato negro de ojos verdes, visto ya en tantas historias de tantos amigos y amigas en las redes, me cautivó y dejé a un lado mis libros de literatura japonesa para volver un poco a Chile.

En esta novela, Alejandro Zambra narra la historia de Gonzalo, un poeta chileno que, además de escribir poesía, pareciera que todo en su vida lo vincula a este género. La vida lo une a su primera polola, Carla, con quien experimenta por primera vez la idea de familia, o más adecuado sería tal vez familiastra y, con ello, el aprender a ser el padrastro de Vicente. A pesar de su amor por la poesía, Gonzalo vive como un poeta frustrado, bajo el anonimato en el círculo de poetas y dedicándose a otra cosa. Sin embargo, el alma del poeta chileno revive luego a través de su hijastro Vicente. 

Biblioteca Pública Austin, TX. Fotografía de Pilar V. Martínez

Al ser chilena y poeta, me sentía en una tragicomedia mientras leía las páginas de esta novela, sobre todo cuando Vicente comienza a tomar protagonismo. Sin embargo, el romance quinceañero, las peleas, los moteles y los encuentros entre Gonzalo y Carla hicieron que me enganchara inmediatamente. Me alegró que la historia de ambos, que parecía el típico primer pololeo fallido, no terminara en la página 44, y que “una noche, nueve años más tarde, volvieran a verse, y es gracias a ese reencuentro que esta historia alcanza la cantidad de páginas necesaria para ser considerada una novela” (44). Alusiones como esta, muy propias de Zambra, nos coquetean a lo largo del libro, revelando su materialidad y la de su autor, a pesar de ese narrador en tercera persona que mueve la historia.   

A ratos, Poeta chileno es recordar a nuestra querida pareja de estudiantes literarios de Bonsái (2006) Julio y Emilia, pero esta vez en un mundo más adulto y evidentemente machista. La famosa imagen del «niño huacho», que ha marcado la historia de tantas familias chilenas y latinoamericana, se hace presente en esta familia. Padres que fueron a comprar y nunca volvieron, padres que apenas pagan una tacaña pensión y esperan aplausos, padres que estuvieron algunos años hasta que ya formaron otra familia y desaparecieron, padres incapaces de tomar iniciativas, padres que repartieron hijos por todas partes, patriarcas. Todos estos padres se cruzan en el libro, no solo a través de los personajes que acompañan a los protagonistas, sino que dentro del mismo protagonista Gonzalo que, queriéndolo o no, termina repitiendo un patrón. Mientras leía estas páginas recordaba también al mío, que al igual que estos, decidió que mi madre podía arreglárselas por su cuenta, que no era su responsabilidad. “Son parásitos, son tumores inextirpables, meros rostros posando para las cámaras […] son victimarios disfrazados de víctimas […] parece que no fueran ellos quienes no solamente los pocos días en que ejercen mediocremente su rol, sino también el resto del tiempo, sienten que sus hijos son una carga, la prolongada consecuencia de un irremediable condoro”, (93) nos dice también Gonzalo. 

La reflexión que hace Zambra sobre la paternalidad mediocre me parece uno de los mejores puntos del libro. Nos recuerda una vez más la eterna herida de nuestra historia, desde el famoso caso del colono Bernardo O’Higgins hasta el libro Ser niño «huacho» en la historia de Chile (siglo XIX) de Gabriel Salazar en 2006. Desde hace siglos, se ha normalizado la desaparición o abandono de los padres a sus hijos, y hoy seguimos viéndolo en la literatura. De alguna manera, Poeta chileno nos muestra, entre otras cosas, esta tradición fallida y patriarcal presentándonos un nuevo huacho, un huacho poeta. 

La famosa frase “Chile país de poetas” recorre las páginas de este libro desde que Vicente toma más protagonismo. Más de una página me pilló riéndome sola a carcajadas recordando algunos de los poetas que se mencionan y las actitudes de otros. Si bien el libro refleja una crítica hacia los grandes egos que existen en el mundillo de la poesía chilena, la mención hacia al machismo y la masculinización dentro de este círculo me pareció vaga. Como mujer queer y, de alguna manera ligada a este espacio, me hubiera gustado ver un poco más de arremetidas contra tanto poeta o escritor machito y funado, aunque algo de esto vemos en el amigo de Vicente. 

Y entonces Pru piensa quedarse en Chile, pero su vida no es una maravillosa película mala, así que sube al avión y a mí me dan ganas de subirme con ella […] pero ahora mismo hay como un millón de novelistas escribiendo sobre Nueva York […] de verdad me encantaría subirme con ella al avión pero tengo que quedarme en territorio chileno, con Vicente, porque Vicente es un poeta chileno y los novelista chilenos escribimos novelas sobre los poetas chilenos

Pág. 334

Finalmente, y para no dar spoilers de ningún tipo, aparece la figura de la gringa Pru y los paisajes de Nueva York. Esta sección de la novela se aleja del mundo narrativo en que nos posiciona Zambra. En muchos casos, Pru pareciera ser nada más que la gringa que todes les poetas se quieren tirar, sin mayor desarrollo del personaje. Además, aunque los paisajes de Nueva York nos entregan ese pase gratis hacia otros territorios, de cierta manera rompe un espacio afectivo que se desarrolla en la intimidad de los personajes que hasta ese entonces conocíamos. De hecho, agradezco la revelación del narrador y su autor al momento en que se cierra la historia de Pru: “Y entonces Pru piensa quedarse en Chile, pero su vida no es una maravillosa película mala, así que sube al avión y a mí me dan ganas de subirme con ella […] pero ahora mismo hay como un millón de novelistas escribiendo sobre Nueva York […] de verdad me encantaría subirme con ella al avión pero tengo que quedarme en territorio chileno, con Vicente, porque Vicente es un poeta chileno y los novelista chilenos escribimos novelas sobre los poetas chilenos”(334). Sea parodia o no, la verdad es que sí, estoy de acuerdo contigo Alejandro Zambra y gracias por no extender la historia de Nueva York, porque si queremos leer sobre NYC, leeremos novelistas neoyorquinos, querámoslo o no, así funciona. 

Antes de cerrar, quisiera hacer una mención honrosa a la hermosa mezcla entre narrativa y poesía que nos presenta este libro. Desde los personajes re-leyéndose frases de Gonzalo Millán y Emily Dickinson, hasta algunas de las reflexiones del narrador, la poesía logra estar presente en el libro no solo a nivel temático, sino también a nivel material y escritural. Y me quedo con estas famosas frases de las novelas de Zambra que nos hacen reflexionar en torno al acto mismo de leer y escribir: “Para mí escribir es una forma de regresar a un lugar donde nunca estuve y que no conozco” (289).

Alejandro Zambra junto a gato negro. Fuente: http://triunfo-arciniegas.blogspot.com/2020/12/alejandro-zambra-poeta-chileno-gran.html

Ficha Técnica
Poeta chileno
Alejandro Zambra
Editorial Anagrama, 2020
Tapa blanda, 424 pág.

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