Por Kütral Vargas Huaiquimilla
Su memoria como propósito artístico, proyectada en la sala golpea con su eco las paredes del lugar. Una actitud contraída es latente en el espacio, probablemente por su acento. Las personas en Chile escuchan con suspicacia, cuando una voz como la de María Ruido suena en público, una herencia colonial nos entrenó en la desconfianza frente a ese acento que suena a España.
En medio de un ex club de boxeo, frente a un gran número de artistas y estudiantes de Artes, María reconoce su origen en Galicia, fuera de los espacios nacionalistas españoles. El público parece apaciguar la resistencia, pero siempre alguna mirada manifiesta: ¿quién es? ¿Por qué aquí? Una rockstar del pensamiento contemporáneo y la visualidad, mirando atenta pasar su propia memoria interior frente a espectadores en medio de un barrio popular de la ciudad de Valdivia.
La artista presenta sus trabajos en torno a variadas actividades en la ciudad, una de ellas es para la Residencia de Arte Los Ríos: Territorio visual III, instancia impulsada por la Seremi de las Culturas las Artes y el Patrimonio en conjunto con Galería Barrios Bajos. María, un nombre reconocido en los espacios culturales del circuito de un arte contemporáneo ávido por voces con discursos no hegemónicos, como también por mantener una praxis que le permita desencadenar nuevas divergencias. Durante la mañana proyectan Memoria Interior, material audiovisual en video que reúne experimentos de un trazado vital de la artista. La historia de una familia obrera, una madre que se aleja hacia otra nación por trabajo, una familia que ha resistido frente a vivir una larga dictadura a manos de Franco. Diversas lenguas plasmadas en la pantalla, el recorrido para construir una biografía que se presenta al público presente en medio de un ring que ya no existe. Parece noquear la sala, afectar con un relato de cortes y retazos de una biografía en apariencia singular que a la vez se hace colectiva.
Parece amar sus trabajos con devoción; no hay falsa modestia de artista. El público, más allá de los aparatajes teóricos, se refugia en lo humano de los trabajos, en la presentación del discurso cercano a lo diaspórico. Calmada y con cierta emoción ceñida en un sweater beige y pantalones rosa, maneja a la perfección su discurso que denota sus años en la enseñanza pedagógica, pero siempre estratégicamente cruzando los campos de la teoría con la emoción pura para envolver a la audiencia, más que en el ruido, en el caos perfecto de la identificación con la obra, a pesar de la distancia de idiosincrasias y territorios.
Durante la jornada de la tarde se estrena el documental/performance Las reglas del juego, dejando liberar la cotidianeidad ácida de una conversación, cuando dos cuerpos sin cabeza en un plano fijo destrozan las prácticas del privilegio, el arte de una sociedad que los hace sentir ínfimos en su maquinaria. Cuerpos sin rostro que en una sala burguesa dialogan con la misma intensidad del resentimiento que se puede cultivar en el ruido infernal de un bar al fin del mundo.
Nadie está ajeno a sentirse fuera de las reglas del juego ¿cómo jugar sin saber jugar? ¿Cómo jugar sin tener los medios para enfrentar ese juego tan macabro que es la vida a instantes? Varios asistentes a la función lloran. Existe el rastro de cierta injusticia en torno a los espacios artísticos con que muchos se sienten identificados. En medio de donde quizás caía el sudor o la sangre de hombres boxeando, los participantes de la residencia se enfrentan entre sus memorias y una historia en la pantalla.
Le pido una entrevista. Hay un aura de fama en su perímetro, contorneada por un grupo de personas que desde lejos parece un séquito. Dice que le siga hacia algún espacio distendido para hablar. La jornada termina, la gente de la residencia comienza su salida de los Barrios Bajos y con María nos dirigimos hacia un bar en un espacio al otro lado del río. Cruzamos en auto la ciudad, mientras cuenta una que otra anécdota de cómo la oficialidad, las embajadas y museos no entienden bien del todo el territorio que está cuestionando y reconstruyendo, encuentra fisuras para desestabilizar esos espacios. Reímos.
Estamos en medio de un local en la Isla Teja, sector de Valdivia que debe su nombre a la producción de tejas de barro, que eran moldeadas en el muslo de los obreros. Sobre un área ahora aburguesada de esta ciudad abrimos paso a una conversación en un recinto inmerso en la cultura cervecera que se explota en la zona. Saberes traídos por los colonos alemanes en medio de un gran movimiento de grupos humanos desde Europa. Este se trata de un proceso que fracturaría las interacciones futuras entre ellos y las naciones preexistentes.
El bar envuelto está envuelto en ruido estridente. Dice que le gusta una canción que suena. Notamos que no es la versión original, sino un cover de Miley Cyrus, que disfruta de todas formas. Es divertida y lo sabe. Me dejo encantar por la cadencia de su acento y su grácil nariz aguileña. Sonríe siempre y permanece atenta a cada palabra que elijo. No deja escapar una gota de lenguaje. Ella habla y observa el espacio con un relajo que pareciera a momentos perturbador ¿Qué es lo que ella sabe que la muestra tan segura, en cualquier circunstancia? ¿Ha visto algo que otros no? Es posible que ya conozca las reglas del juego y esté abierta a jugar a vida o muerte. Con destreza se mueve entre lo mundano y la alta teoría, tiene facilidad para reír, hablar de moda, videos de YouTube y hablar al mismo tiempo de Fanon o algún teórico que la ayuda entender cómo hacerse cargo de lo colonial en la historia que carga.
Confío en que el celular grabe lo que dirá en medio de comensales que gritan, ahogando el estrés de un lunes. El ruido pasa a segundo plano cuando responde a esta pregunta:
K.V.H.: ¿qué es para ti un territorio?
M.R.:: qué difícil pregunta. Vengo de una familia nacionalista gallega por una parte y mi territorio se parece mucho a Valdivia: verde, atlántico, ríos, mar… Siento tener la sensación de que la tierra te llama, de que perteneces a un lugar, no de una manera nacionalista. Quieres pasar más tiempo ahí y ponerlo en valor”.
(con este programa de residencia)Las voces se lubrican en el alcohol y se tornan aún más potentes.
K.V.H.: ¿qué te parecen las instancias de residencias de arte como la que estamos viviendo en esta oportunidad con este programa de residencia de arte? ¿Qué es para ti un territorio visual?
M.R: ahí entraría en temas de género, porque la visualidad está muy construida por el patriarcado, por la clase, entonces hablaría de soberanía visual. El régimen visual hegemónico es patriarcal, es burgués, blanco, heteronormativo. El término de soberanía visual es en qué régimen quiero inscribirme, no solamente como una genealogía, sino cómo quiero ser leída, cómo todas las que estamos fuera por múltiples razones construimos visualidades habitables. Quiero pensar que mi trabajo está haciendo una labor de fisura dentro de un sistema hegemónico… y que da lugar a personas que se sientan identificadas y que a partir de ahí construyan sus propios territorios.
K.V.H.: ¿cómo contribuye construir imagen en estos espacios de residencias de arte?
M.R.: Yo doy clases en una universidad europea…con un régimen visual más hegemónico. Por una parte diría que los problemas son muy similares, pero por otra parte hay que saber que hay contextos diferentes.
Entre la ruidosa multitud intentamos articular nuestras voces y oídos para construir un espacio común en el habla
K.V.H.: ¿cómo construir un discurso para producir esta soberanía?
M.R.: Creo mucho en ese dicho de “lo personal es político”. Cuando trabajas desde tu experiencia y hablas de algo que te atraviesa el cuerpo lo dices de una manera. La vida es mucho más importante que el arte, la praxis artística sólo tiene sentido si nos cambia la vida. Lo que cambia la vida es la conversación con otros seres, pero sobre todo encontrarte a personas con diferentes experiencias. Enamorarte intelectualmente de un hecho, eso te cambia la vida. A mí me parece un privilegio compartir la tarde con vosotres y sentir cómo algo que yo he pensado al otro extremo del mundo puede cambiar la vida”.
Una voz entre madurez cándida y jovial coquetea al pensar en voz alta, se intercambian hechos de las biografías intentando subvertir el ruido, arremete diciendo: “yo tengo el poder del discurso, puedo seducir con el discurso”. Se apaga la grabadora y continuamos un tiempo más hasta que se hace tarde. Salgo del bar y camino, me pongo los audífonos para revisar las preguntas: vuelvo a escuchar a María decir fuerte “soberanía visual”. Cruzo el puente, dejo su voz y el bullicio atrás. De pronto la ciudad calla, es de noche, las esquinas están atentas y el camino se abre a una música cargada por el río y sus secretos.