Artes visuales

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Verdades del corazón: una obra de Natalia Domínguez

El antiguo ritual prehispánico que ofrendaba corazones a los dioses suele asociarse, desde fuera, al actual salvajismo del crimen organizado en México, como si la violencia fuera un rasgo inherente a ese país. Circunscrito a una zona del territorio que aún no era México, es decir que aún no agrupaba bajo una bandera, una religión y una lengua impuesta al desborde de símbolos, creencias y prácticas de ese territorio, este ritual era a su vez sólo una arista de la centralidad del corazón.

La espectacularidad de la violencia asociada a los cárteles tiene más que ver con el castigo ejemplar para asustar al rival y la población– tal como se hacía bajo la dictadura chilena para sembrar el miedo- que con una cultura salvaje, valga el oxímoron. Se trata de tácticas sanguinarias que no han sido heredadas por los abuelos de los abuelos, sino enseñadas en la Escuela de las Américas: los primeros Zetas, ala de aplicación del Cártel del Golfo, eran ex miembros de una élite de fuerzas especiales mexicanas, formadas en ese programa del Ejército de Estados Unidos (ver).

Miguel León-Portilla, en Significados del corazón en el México prehispánico, afirma que el corazón, yóllotl, en náhuatl, está en la raíz del verbo yoli, “vivir”. Teyolía “lo que da vida a la gente” era una noción de salud, parte del equilibrio cósmico. Entre las expresiones con que León Portilla realza la importancia cardinal del corazón para los antiguos mexicas, se encuentran Noyolloquimati, “conozco a mi corazón”, y Quicemitqui yn yollotli, “el corazón todo lo gobierna”.

¿Cómo se conoce el corazón, oculto en el pecho? Por su latido, pues como el pez fuera del agua, al sacarlo del cuerpo, deja de ser. El miedo, el deseo, el duelo, que lo hacen sentir y que asociamos con emociones individuales, cobran otro sentido al situarlo en el centro del orden cósmico. Sacar el corazón, exhibir el centro, tal vez tuviera un sentido ritual de mostrar el poder vital –que todo lo gobierna- clamar centralidad al universo relativo.

En este acercamiento desde el arte, asistimos al milagro de ver un corazón latente. La mujer parece arrojada, pero está de pie contra el paisaje, que cubre en gran parte el interior de su cuerpo. Tras la inmediatez de ese plano pasa un avión subrayando la distancia, que podría ser espacial o temporal- una modernidad respecto de una antigüedad- o emotiva: la indiferencia al dolor, el desgarro de la partida.

La artista Natalia Domínguez (Santiago, 1972), ha vivido en México por más de dos décadas en dos instancias: la infancia del exilio y la trayectoria creadora. Entre ambas estadías, la del encuentro primario y el retorno profesional, realizó en Santiago la exposición, “Corazón, porqué no amas” (1993), titulada a partir de la canción del mexicano Cuco Sánchez. “Corazón”, del 2013, recuerda a “Las dos Fridas”, el cuadro donde la icónica pintora mexicana desbordada por su biografía aparece duplicada, o dividida, con dos corazones al descubierto, ligados entre sí.

Como Frida Khalo, Natalia Domínguez aborda el dolor desde una aproximación amorosa. Recurre al autorretrato y la desnudez, donde la pregunta por quién soy de verdad, se convierte en la pregunta por la verdad, de la vida, del arte. La necesidad se actualizar la respuesta, desde su propia experiencia y tiempo, conduce a un estilo donde lo minucioso cede a lo expresivo. El corazón se muestra al centro, unido a la vida y al arte por las arterias-líneas.


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