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Esther Margaritas: la performer, la herida y el afecto

La obra ROMPER “18 de abril cuando empezó el sismo” presentada en Trienal Deformes 2021 es parte de lo que Esther Margaritas ha definido como el aprendizaje a través del error. La memoria y el error. 

Esther Margaritas (Puerto Varas, 1992) es escritora autodidacta. En su trabajo artístico relaciona geografía y memoria a través de su identidad trans. Ha publicado los libros Irreverente, de la libertad al erotismo (Spam! Ediciones, 2017) y Lagrimal, cuando nos ajamos en la tarde (Ediciones La Polla Literaria, 2020). Actualmente escribe su tercer libro con el cual obtuvo la beca de creación del Fondo del libro y la lectura el año 2021.

Mientras pienso cómo abordar esta crítica recuerdo a La Internacional Errorista. Conocí su manifiesto en alguna exposición en Buenos Aires: “Leemos lo que no debemos. Tocamos lo que no podemos. Hacemos lo que queremos. El errorismo es re-evolucionario”. Dicen también Los Erroristas que no todo error es errorista, sino que lo es cuando quien erra es involucrado en el juego de errar. Les leo y siento unas sinceras ganas de unirme a ellos.

Veo el video de la performance de Esther en Instagram. Vestida de impecable blanco, desciende las escaleras para comenzar a destrozar con la cabeza los huevos que marcan su tránsito hacia las pajareras. Bajo el velo que la hace parecer una divinidad sufriente, se asoma su rostro catatónico. Una novia reniega de su cuerpo. El “ROM ROM ROM ROM ROM ROM que te amaba tanto” se escucha mientras su rostro comienza a impregnarse de las yemas que se calientan en el cemento.  

Tocamos lo que no podemos, dicen los erroristas. Imaginar al arte como un espacio que permite transgredir la propia historia. Experimentar con la memoria emotiva de todo nuestro cuerpo. Intervenir nuestros propios discursos sobre nuestras experiencias vitales. Me pregunto: ¿Qué es tocado en esta obra que le fue prohibido? Para Esther, es el amor. La acción de ROMPER indaga en la frialdad del desamor y desde el dolor físico del quiebre. A partir de la fisura emocional producto de un quiebre amoroso, Esther escribe una carta que nunca entrega a su destinatario. Se la lleva a Chiloé, Archipiélago en el que habita en la actualidad. A partir de esa carta idea una performance que incluye los registros epistolares, de modo que la acción artística resulta catártica. Sin embargo, esta catarsis lejos de plantear olvido, consiste en un ejercicio de memoria: escribir aquello que puede ser olvidado por la velocidad del tránsito. Sobre esto, dice Esther:

“Somos seres en tránsito, nos movemos en distintas escenas corpóreas. Tuve que pasar por el desconsuelo de la pérdida para aprender que la única que no se debe de perder soy yo. Que el amor está alejado de cualquier tipo de imposiciones, es porque nace y nace porque es la única manera de aferrarse a la magia de estar –y donde sea que estés–. Siempre he entendido la performance como un error y, por cierto, no está mal”.

En otra de las intervenciones de Margaritas, esta vez en el Circuito de Arte Austral en Puerto Varas (2021), Esther plantea la idea de que romper un huevo es romper su útero jamás fértil. Es olvido, tensionar aquellas crueldades marcadas sobre la línea de vida. Imagino esos hitos como marcas sobre el cuerpo. Me detengo en las marcas del rostro en la fotografía. En ella mira la flor en llamas, mientras arden sus manos. Siento olvido en la memoria, esta vez no es la aparición de la pajarera lo que corona el acto de romper. Allí el quiebre es incendiario. En esta aparición, su vestir es oscuro. Ya no el cuerpo del velo y el vestido blanco. Me encanta cómo el líquido amarillo marca un camino sobre sus mejillas, como una geografía de sus cicatrices. 

Adornar la herida como ejercicio de memoria. En Lumpérica, Diamela Eltit construye una voz poética. Ella dice: “Yo misma tuve una herida, pero hoy tengo y arrastro mi propia cicatriz. Ya no me acuerdo cuánto ni cómo me dolía, pero por la cicatriz sé que me dolía”. Pienso ¿cómo coexiste esa herida con el material cotidiano con el cual Esther construye sus actos performáticos?  ¿Cómo incorpora la herida en sus ejercicios de memoria? ¿Qué elementos de la biografía de su cuerpo integra en el acto de performar? Veo en sus ejercicios la simplicidad del acto, elementos cotidianos que esconden una potencia creativa: “un teléfono antiguo, una fotografía borrosa, un mensaje a las tres de la madrugada por WhatsApp, escribir en una servilleta, botar y encontrar. Guardar y develar el tupido velo que yace ahí. La biografía corpórea que se alinea en mis acciones pienso son mis manos, mi cabeza. Siento la fragilidad en ellas”, dice Esther. Y es, justamente, que su trabajo consiste en recrear la historia detrás del elemento. Sugerir una trascendencia tal que lo insignificante y trivial resulta universal”, como diría Adela Kohan (2019). Trabajar con la memoria del objeto y la herida que rememora, hasta que ésta ya no duela. 

Qué interesante me parece el encuentro en el plural. Poder encontrarnos en la historia detrás del elemento y, junto con ello, reconocernos en los sentimientos, sustrato de sus performances. Para Esther Margaritas, la pena también es política y mediante el uso de lo doméstico busca evocar emociones compartidas. “Todes hemos roto un huevo, hecho fuego en una estufa a leña o prendido este en algún momento de sus vidas. Me gusta interpelar desde ahí” dice ella.

A propósito de la identificación que establece Esther a través de sus performances con los cuerpos que presencian sus intervenciones, pensé en la noción de Sara Ahmed de “dejarse afectar”. Proponer estar abiertos a vernos afectados como una ética del dolor, una imaginería de la experiencia de la empatía. Compartir el fuego, aunque seamos quemadas por otras brasas. Imaginar que puedo poner mi cuerpo por el tuyo. 

Es común que el amor se demuestre queriendo sentir el dolor
de la persona amada, sentirlo por ella.
Quiero tener su dolor para
que este la suelte, para que no tenga que sentirlo. Esto es amor
como empatía: te amo e imagino no solo que siento como tú sientes,
sino que podría sentir tu dolor por ti. Pero imagino ese sentimiento
solo en tanto no lo tengo ya; el deseo mantiene la diferencia
entre la que se "convertiría" y estaría con dolor y la otra que ya
"está" con dolor o lo "tiene". De esta manera, la empatía sostiene la
diferencia misma que intenta sobrepasar: la empatía sigue siendo
un "sentimiento de deseo", en la que los sujetos "sienten" algo distinto
a lo que otra siente, en el mismo momento de imaginarse que
podrían sentir lo que otra siente. 
La imposibilidad de sentir el dolor de otros no significa que
sea simplemente suyo, o que no tenga nada que ver conmigo. Aquí
quiero sugerir, de manera cautelosa y tentativa, que una ética de
respuesta al dolor involucra estar abierta a verse afectada por aquello
que una no puede conocer o sentir. 
–Sarah Ahmed–  (2015, pp. 62-64)

Referencias

Ahmed, Sara (2015). La política cultural de las emociones. México: Edinburgh University Press. Programa Universitario de Estudios de Género.

Eltit, Diamela (1983). Lumpérica. Santiago de Chile: Ediciones del ornitorrinco. 

Internacional Errorista (2005). “Manifiesto errorista”. Revista Reexistencia, julio 2011, pp. 31-33. https://reexistencia.wordpress.com/todas-las-revistas/revista-julio-2011/manifiesto-errorista/

Kohan, Silvia (2019). El camino del poeta. España: ALBA Editorial.

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